Las prisas del Presidente

Ciudad de México /

Andrés Manuel López Obrador ha invertido un enorme esfuerzo y buena parte de sus desvelos para apresurar los proyectos emblemáticos de su administración: el Tren Maya, el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas, el Corredor Transístmico o la red de bancos del Bienestar. Y sin duda, sin los fines de semana dedicados a supervisar personalmente las obras o a atormentar a los responsables con fechas imposibles, quizá no habría tenido oportunidad de ver culminados sus proyectos. Una muestra clara de lo que la voluntad presidencial puede realizar en este país. Sin embargo, con sus ventajas también comienzan a aflorar las desventajas.

En lo personal, me parece que en conjunto se trata de obras útiles e importantes por diversos motivos, aunque tengan aspectos cuestionables. Pero entiendo que cada lector podrá tener una opinión sobre la pertinencia de estos proyectos, cada uno de los cuales requeriría un análisis específico. Por ahora solo me interesa abordar los pros y contras del estilo personal que López Obrador desplegó para tal efecto, pues ofrece lecciones sobre este tipo de gestión de cara al futuro.

López Obrador movió cielo, mar y tierra para impedir que sus proyectos se detuvieran, lo cual significó una labor simultánea en todos los frentes: jurídico, hacendario, logístico, político y mediático. La voluntad presidencial a veces fue imperiosa, en otras ocasiones astuta y negociadora (con empresarios y gobernadores de oposición, por ejemplo). Sumó y torció voluntades. Fue cabeza y alma de los proyectos, pero también un capataz implacable. Justamente de toda esta mezcla de tareas y de la enorme dependencia de la voluntad personal es que derivan los claroscuros que deja esta experiencia.

En lo positivo, es verdad que sin la celeridad imprimida por el presidente ninguno de esos proyectos habría culminado en tiempo (aunque no necesariamente en forma). Me parece que deja un enorme precedente para los fines de semana de los próximos mandatarios. Difícilmente podrá alguno de ellos dedicar los sábados y domingos a jugar el golf o bucear en el Caribe, como se estilaba en el pasado, sin que se recuerde o compare con la manera en que el tabasqueño empleó su “tiempo libre”. Cabría preguntarse, por ejemplo, qué habría sucedido con el tren Toluca-México, sin duda el proyecto más personal de Enrique Peña Nieto, si este hubiese puesto la mitad del empeño que AMLO mostró por los suyos.

Pero es un estilo que también entraña inconvenientes. Uno de ellos es que el peso presidencial, tan útil para generar el impulso necesario, se convierte en un riesgo porque no siempre las intuiciones y deseos de un mandatario sobre cada uno de los lugares por donde debe pasar o detenerse un tren o construirse una refinería es la idónea desde un punto de vista técnico o logístico. Es tal la fuerza del soberano que los directivos y expertos terminan cediendo a su voluntad. Habría que decir que López Obrador es un hombre práctico, más allá de la intensidad con la que pregona sus banderas ideológicas; y mucho ayuda el hecho de que ningún funcionario o empresario conoce el México profundo, sus problemas y geografía como él. Es decir, es capaz de entender y aquilatar objeciones puntuales que puedan presentarle los equipos de trabajo. El problema es que algunas de las cabezas de estos proyectos operaron con disciplina de militante, asumiendo que expresar cualquier objeción constituiría una especie de desacato o una mancha en su propia trayectoria, a ojos del líder. Eso provocó que en muchas ocasiones las prisas o deseos del presidente no fueran confrontadas con información puntual de algunas implicaciones. De allí, en parte, el sobrecosto significativo, en particular del Tren Maya y de Dos Bocas.

Otro problema deriva de la celeridad. Para el presidente ha sido fundamental cumplir las fechas originales o lo más cercano a ellas. Sostiene que la inauguración anticipada a la verdadera terminación de las obras, tiene como propósito asegurar que arranquen y permitir que el funcionamiento mismo las afine. Hay también un afán de mostrar que el gobierno de la Cuarta Transformación es capaz de cumplir lo que se propone y en los tiempos previstos para ello.

Pero me pregunto si esto no ha perjudicado más que ayudado en más de un caso. Entiendo que el presidente quiera ver sus sueños totalmente concretados antes de dejar el poder. En algunos casos tales inauguraciones anticipadas no pasan de convertirse en memes en redes sociales o de críticas en medios antilopezobradoristas, pero sin mayores consecuencias. Tal es el caso, por ejemplo, del corte de listones en la refinería de Dos Bocas, aun cuando la mayor parte de la planta estuviera lejos de comenzar a operar.

Pero obras como las del Tren Maya, el nuevo aeropuerto o la recién creada línea aérea Mexicana, resultan mucho más afectadas por una puesta en marcha precipitada. En ambos casos su éxito, por lo menos en los primeros años, dependerá de la confianza que consigan generar entre la población. Y, en ese sentido, nada ayuda un arranque titubeante, más allá de que sea explotado y exagerado por la prensa crítica. Un aeropuerto sin vías expeditas de acceso o la cancelación de trenes y demoras continuas en las primeras semanas de operación, muestran que ambos proyectos merecían una mejor oportunidad con tan solo haber esperado algunos meses. Hay un costo en el hecho de que “se afine sobre la marcha”, porque eso convierte a los pasajeros en conejillos de indias en contra de su voluntad o interés. Los responsables del Tren sabían que no había condiciones para arrancar el proyecto un día después de ser inaugurado por el presidente, pero no se atrevieron a argumentárselo. Lejos de beneficiar a la 4T porque “cumple en tiempo”, abre vulnerabilidades que no obedecen a que las cosas se hayan hecho mal, necesariamente, sino que simplemente son producto de un arranque anticipado. Lo mismo sucedería si nos mudamos a una casa días antes de terminar acabados o conectar la luz. Un desgaste innecesario.

Y peor aún, da pie a que críticas sobre fallas en la construcción de los pasos elevados del tren o daños irreversibles en los cenotes, incluso si son mera propaganda adversa, adquieran visos de credibilidad a oídos de una parte de la opinión pública. Si los responsables no se atrevieron a retrasar dos o tres meses el inicio de actividades para no violentar los deseos presidenciales, más de un mal pensado podría especular sobre qué otras cosas hicieron o dejaron de hacer para cumplirlos. En lo personal, soy partidario de la idea de un Tren Maya y de lo que eso significa para la región y sus habitantes. Por lo mismo, sigo preguntándome qué objeto tenía arrojar dudas al respecto comenzando en diciembre lo que habría sido para abril o para mayo. En suma, las prisas presidenciales tienen buenos usos y otros no tanto.


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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