Narcisismo convertido en política de Estado

Ciudad de México /
ALFREDO SAN JUAN

Luego de tantos días de zozobra, la realidad confirmó los peores temores. El discurso de la ceremonia inaugural de Donald Trump no pudo haber sido más amenazante. Malas noticias para México, para Panamá, para la diversidad sexual, para las minorías “raciales” (como él las llamó), para la protección del medio ambiente. Son temas que fueron puntualmente mencionados por el presidente.

Aunque en el fondo son malas noticias para todo el mundo. Lo que Trump exhibió fue el espíritu medular del movimiento conservador, centrado en su persona, que ha tomado el poder en Estados Unidos. El narcisismo convertido en estrategia de mercadotecnia electoral, primero, y en política de Estado, ahora. La filosofía del depredador, el egoísmo devenido en doctrina legitimadora. “América primero” porque somos extraordinarios, somos los elegidos y el resto del mundo solo nos importa como recurso para asegurar esa premisa. Peor aún, la mística del bulleador avalada por la providencia: Dios me salvó (del atentado en el que una bala rozó su oreja) justamente para cumplir este objetivo: Make America Great Again, dijo palabras más, palabras menos.

Ahora bien, alarmante como es un discurso alienado como este, ajeno a todo sentido de responsabilidad, comprensión o empatía con el resto del mundo, habría que decir que se trata de eso, un discurso. Y este en particular tenía dos propósitos puntuales. Uno, estrictamente mediático, dirigido a su base social y política. Trump se encuentra en la espuma de un sentimiento triunfalista al cual estaba obligado a cortejar. Mucho de lo que dijo está encaminado a ese objetivo.

El segundo propósito era, como en todo lo que Trump hace, aprovechar la ocasión para enviar mensajes intimidatorios. En particular a Panamá y a México. Sobre el Canal afirmó que Estados Unidos nunca debería habérselos “regalado”, que los barcos de su país eran tratados con desdén y que China dominaba el paso transoceánico. “Lo traeremos de vuelta”, concluyó. No me parece que esté adelantando una invasión para los próximos días, como podría desprenderse literalmente de sus palabras. Se trataría, más bien, de la típica estrategia que ha seguido el empresario presidente para ablandar a un interlocutor y conseguir prebendas aún antes de comenzar la negociación. Muy probablemente conduzca a un replanteamiento de las políticas del Canal respecto a los barcos estadunidenses, por parte del gobierno de Panamá, en un esfuerzo para conjurar un mayor riesgo.

México entra en los dos sentidos del discurso. El mediático y el intimidante. La intransigencia sobre la migración ilegal o los problemas fronterizos han adquirido arraigo entre buena parte de la población, particularmente el votante favorable a Trump. La actitud imperativa y recalcitrante paga altos dividendos y, en estos momentos, a él no le cuestan nada. Pero además de a su base, también le hablaba al gobierno mexicano. Porque una cosa son las declaraciones y otra las complicadas negociaciones para abordar las extendidas relaciones en la agenda entre los dos países en materia migratoria y fronteriza. Entre más amenazante, asume Trump, más fácil será arrancar concesiones a México.

¿Qué esperar en concreto? Imposible saberlo, porque depende de muchas circunstancias, algunas de las cuales pueden variar en el tiempo. Desde la reacción de los variados y poderosos intereses vinculados a la integración económica y laboral con México, hasta la evolución del pulso entre los diversos contrapesos jurídicos y presupuestales que limitan los deseos del presidente. En estricto sentido, Trump sabe (o volverá a descubrir) que sus márgenes para cambiar la realidad están acotados. Lo que él necesita son golpes mediáticos para presumir que sus promesas se han cumplido. Y seguramente habrá medidas llamativas, muchas de las cuales pueden cambiar las vidas de millones de personas. Es decir, no podemos minimizarlos, pero demos por descontado que la crónica de la Casa Blanca invariablemente será mucho más radical que las acciones para aterrizar la agenda.

Las tarifas, que apenas fueron mencionadas, lo ilustran. Seguramente vendrán, pero se dan por descontadas las muchas resistencias domésticas que enfrentarán por los complejos efectos secundarios y el daño búmeran a la propia economía. Sin embargo, el presidente necesitará algo. Mucho o poco, dependerá del desempeño de la economía estadunidense o de la evolución de su popularidad personal, con la que está obsesionado. De entrada, es imposible que mantenga permanentemente un pulso en contra de las mercancías de China y de México, pues buena parte de lo que se importa de Asia no puede ser producido en Detroit o en San Francisco, pero sí en nuestro país. Puede aplicar tarifas selectivas aquí y allá contra ambas naciones, pero tendencialmente tendrá que elegir un frente. O, de plano ninguno, y conformarse con anuncios espectaculares provengan de donde provengan.

Quizá el tema más grave en lo inmediato sean las deportaciones. Se ha dicho, con razón, que difícilmente pueden ser masivas por la compleja urdimbre jurídica, presupuestal y logística que entraña para el gobierno estadunidense. Pero cualquier aumento significativo sobre la presión que ya tiene nuestra franja fronteriza puede convertirse en una crisis económica y, sobre todo, humanitaria. Habría que reconocer los planes B y C que el gobierno mexicano viene realizando de cara a los distintos escenarios respecto a este punto.

Por lo pronto, el Trump pendenciero y egoísta no defraudó en su ceremonia inaugural, por desgracia. El mundo y México se preguntan ahora, ¿cómo responder con dignidad, prudencia y responsabilidad ante un imperio que ha adoptado el narcisismo como política de Estado y base de negociación con todos los demás? 


  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Milenio Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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