Tenemos 30 días para analizar las razones del republicano y demostrar que México es aliado y no adversario; mejor un intento para comprender sus motivos, que juzgarlo y padecerlo
De entrada habría que reconocer el éxito de la presidenta Claudia Sheinbaum, al menos momentáneo, para impedir que la imposición de tarifas de Estados Unidos en contra de los productos mexicanos arrancara este martes. Un logro que parecía imposible apenas unas horas antes. Me parece que es el resultado de una actitud responsable e inteligente, tanto en términos estratégicos como tácticos.
Estratégicos, porque Sheinbaum ha tenido en claro que mantener el proceso de integración con Estados Unidos era la premisa fundamental, más allá de aspectos políticos, doctrinarios o tentaciones nacionalistas. Guste o no este proceso, su interrupción habría provocado una crisis capaz de arrastrar a la depresión económica al país. Las acciones bursátiles de las empresas que tienen inversiones en México cayeron a lo largo del fin de semana; de haber entrado en vigor las tarifas solo era cuestión de tiempo para que sus directores anunciaran planes de retiro y suspensión de inversiones, para aplacar a los mercados.
Este lunes se le preguntó a Sheinbaum si no era el momento de que, en su calidad de Presidenta del país, convocara a los ciudadanos a consumir productos nacionales y comenzara a prescindir de los estadunidenses, como hizo el primer ministro Justin Trudeau dos días antes. La respuesta es una joya de prudencia y habilidad: tenemos un Plan México para promover la producción en nuestro país y hay que continuarlo, pero el proceso de integración y apertura comercial con Estados Unidos es benéfico para México y no vamos a hacer nada para lastimarlo, dijo palabras más palabras menos.
Pero también es un mérito táctico, porque una cosa es tener una estrategia clara y la otra es encontrar la línea de acción diaria, la declaración correcta cada vez, frente a un contexto estridente, mediático y voluble que exige un posicionamiento continuo. Lo que se consiguió este lunes es el resultado de las dos cosas. Una apuesta por la colaboración y el entendimiento bajo cualquier escenario, siempre con dignidad.
Ahora bien, esto es una tregua que dista de haber zanjado el problema, porque el problema es Trump y le quedan cuatro años. Por ahora tenemos un mes para sortear el siguiente vencimiento. Y para hacerlo tendríamos que entender cabalmente las razones que llevan a Trump a necesitar la imposición de tarifas. Por más que nos parezca un necio, hay una lógica en su pensamiento, sea o no realista.
Las tarifas al comercio exterior le parecen la herramienta económica fundamental para hacer America Great Again. En su manual, imponer trabas a la compra de productos extranjeros producirá molestias al consumidor, pero al final el saldo le será favorable. Disminuir mercancías del exterior incentivará la producción interna, repatriará empresas estadunidenses asentadas en el extranjero y mejorará el empleo entre la base obrera. De paso, no olvidar que las tarifas constituyen un impuesto y Trump asume que la entrada masiva que recibiría el fisco solucionará el enorme déficit presupuestal del gobierno. La Casa Blanca está consciente de que las tarifas producirán inflación, pero los precios altos serían compensados por la disminución de impuestos que tiene contemplada. Se ha comprado la idea de que esta estrategia concreta una tesis maravillosa: dejar de cobrarle impuestos a la gente y cobrárselos a los gobiernos extranjeros. En realidad lo pagarían los consumidores estadunidenses, pero el razonamiento es demasiado atractivo para que considere esta “nimiedad”.
En resumen, Trump está convencido de que la aplicación de tarifas es fundamental para cumplir sus promesas y mejorar la vida de los norteamericanos. Va a imponerlas más temprano que tarde, está buscando “cliente” para hacerlo. Otra cosa es que a lo largo de los cuatro años las vaya a usar como garrote disuasorio, como lo hizo con Colombia, para conseguir objetivos puntuales.
La presión de Trump hacia México por temas de migración, drogas y frontera tiene que ver más con motivos políticos y de opinión pública. Es una agenda muy popular entre su base social. Le bastará con obtener resultados que pueda presumir, de acuerdo a los vaivenes de la política doméstica. Pero que no nos quede duda; las tarifas como herramienta económica es su verdadera agenda personal. El embate en contra de China, Canadá y México, los tres principales socios comerciales, tiene que ver con eso, no con el fentanilo o con que el gobierno mexicano tenga relación con el narco o no. Esa es una simple coartada para legitimar jurídicamente la excepcionalidad de medidas que violan el tratado comercial.
Desde luego, México tendrá que hacer lo necesario en materia de combate al crimen organizado, drogas y migración. Pero entendamos que ese es el pretexto. Incluso si no existiera, el riesgo de las tarifas es evidente y allí está el caso de Canadá para demostrarlo. Conjurar la amenaza de los gravámenes va por otro lado.
Tenemos un mes para convencer a Trump de que México puede ser un aliado y no un adversario en su estrategia tarifaria, por más que parezca paradójico. El equipo mexicano tendría que elaborar planes de negocios para todos los productos que importa Estados Unidos de China y del sudeste asiático susceptibles de ser fabricados en México por empresas estadunidenses y el costo comparativo que significaría hacerlos en Indiana o Texas. Calzado, ropa, muebles, juguetes. Mejor aún, llevar casos concretos de, por ejemplo, un fabricante de ropa de Alabama interesado en hacer camisas en Saltillo que hoy se importan de China. Una fórmula de ganar-ganar. La tesis de Ebrard es correcta: México incrementa la competitividad de Estados Unidos frente al resto del mundo. No hay manera de competir contra los automóviles chinos en el mercado europeo o latinoamericano sin la mano de obra mexicana, cinco veces más barata que la norteamericana.
Por otro lado, habría que encontrar alguna manera de que el déficit comercial de Estados Unidos con México fuese medido en otros términos. Una parte de ese déficit resulta de cadenas de producción vinculadas a aquel país. El saldo de la Ford, por ejemplo, entre lo que lleva y trae entre los dos países, parecería ser desfavorable a Estados Unidos, pero cuando se complementa con la repatriación de utilidades y los flujos de capital, la resultante es otra cosa. México le permite a Ford tener márgenes de ganancia (que van a la matriz), que de otra manera no tendría. Una camioneta vendida en Europa quizá tenga 60 por ciento por ciento de sus componentes fabricados en México y otro 40 por ciento en Michigan. Pero sin las economías que permiten la mano de obra mexicana ese 40 por ciento de Michigan nunca habrá tenido oportunidad de venderse en otro continente.
Tenemos 30 días, pues, para mostrar con peras y manzanas un hecho irrefutable. México tendría que ser parte de la solución y no del problema del déficit de Estados Unidos. Trump podrá ser necio, pero de negocios sabe.
Sheinbaum tuvo la paciencia y el temple para conjurar este golpe. Esperemos que mantenga esta línea para seguir postergándolo, porque con Trump nunca hay certeza. En todo caso, mejor intentar comprender sus motivos, que juzgarlo y padecerlo.