Tener en la agenda tanto futbol llega a incomodar porque por naturaleza no se soportan tantos eventos que cada vez son de menos calidad.
La FIFA y CONCACAF se pusieron de acuerdo para empalmarse con la sagrada excusa de estar probando sedes, ciudades y procedimientos de cara al mundial.
La idea es buena porque se aprende y acercan la necesidad de resolver lo que se ofrezca.
En este momento nadie contaba, además, con los problemas sociales ocasionados que se transforman en algo tan serio y profundo que pueden desviar totalmente las buenas intenciones deportivas de los organizadores.
El país sede de este momento no tiene tantos asuntos por resolver en el ámbito deportivo, especialmente los muy suyos, como el futbol americano.
Aquí puede estar una clave.
Poner todo el aparato de atención en lo que le pertenece o lo consideran muy suyo, inclina la balanza al interés que se aplica a las tareas de lo que implica preferencia.
El gran organizador está presente pero sin ofrecer todavía sus mejores cartas credenciales.
La FIFA es correctamente política; se vale de los distintos instrumentos para ayudar a sus socios y hacer que todos salgan ganando.
Esta función es complicada pero su mano escondida suele resolver sus pequeños grandes conflictos.
Tanto futbol programado en un país no futbolero complica las relaciones humanas y sociales. Diciendo esto de otra forma: Tanto futbol no cabe en le gusto de la gente por más equipos y naciones que estén involucradas.
Además, el bajo nivel que se ofrece da para reflexionar en serio para futuras fechas.
Y si nos metemos a nuestra casa, el Santos no da color y ni lo dará.
No es pesimismo adelantado: simplemente es una muy incómoda realidad. El plan de salvación no está a la mano.