La relación entre la clase política y la clase gobernante con el sector castrense ha sido, es y será directamente proporcional a las necesidades del país, así como de las necesidades de cada proyecto de nación que quien gobierne emprenda.
Desde que México se erigió como país, en 1824, y hasta 1946, la gran mayoría de los presidentes mexicanos fueron militares. Militares de otros tiempos, de otros “Méxicos”, de intereses diversos y de ese entonces; militares dignos, militares traidores. También hubo muchos militares que no fueron profesionales, es decir, no fueron hijos del Heroico Colegio Militar y que, en su entender, debía anteponerse lo militar para poder gobernar, amén de que, en muchas ocasiones, esa forma, en ese entonces, llevó al país a retrocesos terribles y a conflictos armados que no obtenían victoria para nadie.
A partir de la llegada del presidente Miguel Alemán en 1946, la correlación de fuerzas y de intereses políticos con los militares cambió definitivamente con la llegada de una nueva clase política que también, y naturalmente, iba a crear una nueva generación militar que comprendió perfecta y correctamente la urgente necesidad de profesionalizarse y adquirir el mayor número de conocimiento académico, militar, naval, aéreo, administrativo, logístico y una larga lista de materias.
También comenzó un proceso de creación de instituciones educativas militares y navales tanto técnicas, como de educación media y superior, que han hecho del instituto armado un ente de excelencia educativa, lo que al paso de los años los hizo centrarse en perseguir la naturaleza y esencia militar que sirve al país desde la lealtad, la disciplina, el compromiso y la obediencia. Todo lo anterior de inmediato separó a los soldados de cualquier interés político personal, ya sea para buscar cargos de elección o bien posiciones políticas que se apartaran del poder servir estrictamente al país, como lo determina la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Aún y a pesar de todo lo anterior, las relaciones de políticos y gobernantes con los militares se ha dado diariamente —y se dará— desde los últimos 80 años, con altas y bajas; se ha dado hasta el extremo de generar excelentes relaciones personales entre unos y otros.
Lo que es un hecho es que por la naturaleza de la relación entre la política y lo militar siempre existirá un equilibrio de necesidades, es decir, lo que necesitan los gobernantes de los militares y viceversa. Los tres niveles de gobierno necesitan a los militares y viceversa; las zonas, regiones, guarniciones, regimientos y batallones militares y navales se encuentran dentro de municipios en los estados de la República, por lo que no puede haber indisolubilidad entre unos y otros.
Es posible sostener que, a partir de la marcha normal de este país —donde los militares han sido pieza fundamental para que la marcha haya sido constante y sin contratiempos por conflictos armados—, tanto los gobernantes y políticos, como los militares, han delineado e impuesto lo que cada uno debe hacer por este país.
Cada quien a lo suyo. Los civiles, a gobernar, a elegir y apoyar candidatos o bien puestos de gobierno. Los militares, a dar las seguridades para la defensa y protección de este país. Los militares no eligen candidatos a absolutamente nada, menos proponen jueces o ministros, alcaldes o regidores.
Los militares impulsan a los militares a seguir siendo ejemplo para los que vienen.