La Nochebuena de “Cri – Cri”

  • Columna de Juan Noé Fernández Andrade
  • Juan Noé Fernández Andrade

Laguna /

La noche ha caído / y en la oscuridad / ruidos callejeros / suenan más y más. Mi niño está dormido / cansado de jugar / ¡silencio, caballero!, que puede despertar...

Esta noche es Nochebuena / vente conmigo, te invito a cenar / en la casa que propia o ajena / siempre se llena de felicidad. / Comeremos castañas asadas / un pescado traído del mar / y una copa de sidra dorada / para festejar...

Esta noche es Nochebuena / en reunión al calor de hogar / con derroche de luz en el árbol / esperando a San Nicolás. / ¡Esta noche es Nochebuena!...

Decía mi Maestro Manuel Buendía que, de vez en cuando, los periodistas debiéramos darnos tiempo de escribir algo más que los temas inagotables que abordamos ante la necia realidad y la aún más necia, torpe y corrupta clase gobernante.

Pues bien, empecé esta columna con una de las muchas canciones que dedicara a la niñez el inolvidable músico, compositor y escritor orizabeño Francisco Gabilondo Soler, “Cri – Cri”. 

Difícilmente los menores de edad de ahora, y quizá 20 o 30 años atrás, sepan de él, de su obra, del contenido de sus composiciones. 

Algo leí alguna vez que la letra de sus canciones eran, fueron, o sigue siendo, un señalamiento a la injusticia humana, más allá de su riqueza poética y singular musicalidad.

Nochebuena, porque se acerca el día 24 de diciembre. Nochebuena porque en todo el mundo, creyente o no creyente, la buena nueva evoca el nacimiento de Jesús, del niño que vino a la tierra para, se dice, salvar al mundo. 

Un Niño Dios que se hizo hombre desde un pesebre, desde un origen humilde y como ejemplo de amor para todos. También sufrió persecución, también migró. 

Su palabra fue y sigue siendo ejemplo para el mundo, se rebeló contra la usura de los ricos, contra las injusticias, contra la diferencia de clases sociales, contra los pecadores. 

Quizá haya sido el primer reportero revolucionario en la historia. Su palabra iluminó e ilumina.

Cité a “Cri – Cri” porque en este tiempo decembrino evoco mi niñez, mi casa paterna, a mi mamá y a mi papá, a mis hermanos, a mis tíos y primos, a mis amiguitos de infancia. 

Y con ellos, mi inolvidable Colonia Federal (en Córdoba, Veracruz), cuando nos juntábamos familiares y vecinos a cantar “La rama”, esa tradicional canción veracruzana que con populares versos y estrofas, más una guitarra, un güiro o una botella de refresco y quizá un pandero o un simple bote. 

La interpretábamos recorriendo las calles para plantarnos frente a cada casa del vecindario y, al concluir, nos obsequiaran u dulce o una paleta o una moneda. “… ¡ya se va la rama muy agradecida porque en esta casa fue bien recibida…!”.

Tiempos idos en el tiempo, pero permanentes en mi cabeza, en mi sentimiento y en mi corazón. Recordar a “Cri – Cri” es tener presente todo esa pasado que no termina de pasar, como a mi mamá y a mi papá, Anita e Hiram, quienes nos ponían en la vieja consola, música y canciones de la decembrina, hubo siempre un nacimiento, un arbolito o una mata que cortábamos por ahí y que mi mamá se encargaba de arreglar pintándola con cal y a la que le colgábamos esferas y serpentinas… 

No faltaba escuchar la lectura de un cuento navideño, o la plática exposición sobre el nacimiento del Niño Dios, de su origen humilde dentro de su grandeza. No faltó nada.

O escuchar a la tía Nene sus increíbles narraciones de historias que inventaba a las niñas y niños que la rodeábamos sentada ella con sus largas enaguas en una silla a la entrada de su casita de techo de lámina de dos aguas. 

Ahí, embelesado, me imaginaba cuanta palabra salía de su inagotable imaginación y desde la cual me hacía ver escenas o películas completas sobre el Niño Dios, sobre María, sobre José, sobre el pesebre, sobre los Tres Reyes Magos, o la Estrella de Belén. 

Qué tiempos idos. No faltó nada.

Tan no faltó nada que con el paso de los años mi espíritu y mi tranquila alegría de vivir están a salvo, flotan serenos y tranquilos en este mundo complejo y líquido.

La Nochebuena es algo mágico. Nos apegamos a ella en medio del desencanto, nos ayuda a reposar incluso el miedo, el desasosiego, el temor a fracasar. Nos salva del desamor. 

La Nochebuena, creamos o no creamos en su razón de ser, existe. Y todo lo que existe nos compete como humanos, démosle o no el valor a su permanencia y expresión.

Sí, mi niñez me salva, me da fuerza, me recuerda el amor familiar, el valor de la amistad infantil ingenua e inocente, valiosa para la etapa adulta. A mi sí.

Mis mejores deseos para todos. Que esta Navidad sea el mejor pretexto para reflexionar, reconocer, agradecer, querer, extrañar, abrazar, perdonar, amar… y seguir, seguir, seguir...

(PD. Descansa en paz, mi estimado José Aquiles Escobedo. Un abrazo a tu familia y colegas).

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