A propósito de muy nuestros muertos:
Fue a partir del sexenio del panista Vicente Fox Quezada que empezó, al menos de manera formal, el registro de periodistas asesinados en México. Son 175 desde el año 2000 hasta hoy.
La información sobre tan trágico problema no deja de tener un sesgo crítico en cada sexenio federal transcurrido desde el inicio del presente siglo. Así, la suma de colegas asesinados en el mandato de Fox llegó a 22; con Calderón (PAN.
En su sexenio mataron (2009) en Gómez Palacio al compañero Eliseo Barrón), subió a 48; durante el peñanietismo (priísta) uno menos, 47; con López Obrador (Morena) se repitió la cifra, 47.
En poco más de un año de la Presidenta Sheinbaum, son ya 8. Con Ernesto Zedillo hubo 3. Del total, 12 mujeres.
Sea la cifra que sea, esto no debió suceder nunca.
¿Qué motiva este tipo de crímenes? Lo que se argumente no podría justificarlo.
Esta situación ubica a México en el plano internacional como uno de los primeros países de mayor riesgo en el ejercicio del periodismo en el mundo.
Pero, ¿por qué pasa lo que pasa? ¿Quién ordena matar o decide matarnos a todos en cada caso? ¿Los poderes fácticos? ¿Cuántos de estos crímenes han sido consecuencia de un trabajo real, verídico, conocido, profesional?
No se trata de exculpar, tampoco de defender o acusar. Hay causas y cosas indefendibles.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación se apegó a una definición en Iberoamérica, fundamentada en los derechos humanos, de que un (a) periodista es “cualquier persona que difunda información con relevancia social, con independencia del medio de comunicación en el que se desempeñe (radio, televisión o blogs en internet), si está asociado a algún medio de comunicación, o ejerce su profesión de forma independiente, o si realiza dicha actividad de forma habitual o permanente, etc”. (Amparo en Revisión 1422/2015).
Un estudio del tema agrega que existen más asesinatos de quienes se dedican al periodismo como profesión u oficio, y que cada asesinato tendría que ser investigado hasta su esclarecimiento.
No es así. Un 95 por ciento de esos crímenes permanecen en la sombra, impunidad letal, absoluta.
¿Los atentados mortales contra comunicadores, al parecer, provienen más de parte del crimen organizado, de los cárteles de la droga, sin que pueda asegurarse que no tienen tintes políticos, o por autoridades de los tres órdenes de gobierno como casi siempre se rumora? ¿O son actos de venganza?
Yo siempre creí que el periodista era, simple y sencillamente, quien informaba a la sociedad los hechos, un suceso noticioso de cualquier índole; o aquel que analizaba, comentaba y daba su opinión alrededor de un acontecimiento, de una persona, de un personaje de la vida pública.
Eso a me subyugó, por lo que muy jovencito (casi niño) me dije: quiero ser periodista. Mi familia me alentó a serlo, me apoyó en mis estudios y aquí estoy, sigo.
En septiembre de 1978 empecé a publicar (El Mundo, de Córdoba, Veracruz).
Digamos que me enamoré del trabajo que leía yo de grandes periodistas mexicanos y extranjeros, de los corresponsales de guerra, del oficio de escribir periodismo.
Así, el periodismo, la vida de periodista me ha llevado por un sinfín de caminos, me ha permitido conocer gente de todo tipo, inimaginable, gente buena y gente mala.
Le he tomado el pulso a la sociedad, entre mis 20 y mis 40 y tantos años de edad tuve las experiencias más grandes (para bien y para no tan bien).
Sé de la vulnerabilidad con que se ejercía ya mi bendita profesión, su paga modesta y hasta su desprecio.
He caminado en medio de la corrupción, de amenazas, despidos, censura, señalamientos, atropellos, envidias, mala leche, embutes, canonjías, deshonestidad… Abandoné la máquina manual para teclear y redactar mis notas, y pasar a la computadora con mil contraseñas, a capacitarme para “encriptar” información y encapsular datos, guardarlos.
Ahora es en el celular. He cuidado mi hablar, cuido mis fuentes informativas, de vez en cuando convengo algo con colegas. A todas luces trato de evitar se tergiversen mis palabras.
Mi teléfono personal muy de vez en cuando suena, y yo procuro no marcar a nadie.
En el silencio y casi casi apartado construyo lo que mantiene mi felicidad al redactar periodismo, así cumplo mi deseo, mis objetivos, mis metas, valido mi vida.
No quiero que me dañen ni tampoco dañen a mis seres queridos.
Valoro la vida, la mía y respeto la de mis colegas todos. Hacer periodismo y ser periodista es servir, un acto de amor.
Que sea esta columna un reconocimiento a las y los periodistas asesinados en México y en el mundo.
Remato: “No se mata la verdad matando periodistas”, aunque sigamos arando en el mar y gritando en el desierto.