Del horror a la realidad

Hidalgo /

México se viste de la fiesta más amada en octubre, con las calles llenas de papel picado y el olor a cempasúchil. El panorama no podría ser más hermoso, honrando la memoria de nuestros seres queridos, de no ser por la complejidad con la que abordamos la muerte en esta temporada.

Si bien una parte es la conmemoración, hay otra que alude al horror. Donde caminar también nos enfrenta con escenografías de espanto, con cuerpos de plástico colgados, figuras que pretenden extremidades humanas y hasta sangre falsa derramada por todos lados. En las tiendas, los disfraces más vendidos son los de asesinos seriales del cine, maquillaje para simular heridas.

Los cuerpos sangrantes y rotos que forman parte del paisaje no son una expresión inocente de la cultura. Nuestro país se ha posicionado como el número 1 a nivel mundial en el tema de feminicidios y la desaparición de personas no se queda atrás. Las noticias cotidianas nos recuerdan el horror que puede ser habitar nuestras calles.

La estética del horror desdibuja la violencia, la convierte en ornamento. No hay circunstancia humana natural en la que los pies y manos queden tirados por todos lados, las partes del cuerpo separadas y que eso sea festivo es un fenómeno que nos debemos cuestionar. Lo inquietante está en cómo la violencia se volvió un producto de ornato, una mercancía de temporada, en cómo el horror se volvió rentable.

Mientras tanto la violencia real se vuelve paisaje, nos acostumbramos a verla. Aprendemos a convivir con ella como quien convive con una decoración permanente. Un día las bolsas negras colgadas son cuerpos reales, y ya no conmueve ni asusta, porque en el imaginario ya la aceptamos previamente.

Cada octubre hay un desajuste entre el ruido del mercado y el silencio de las ausencias, entre el plástico colgado y los nombres que faltan, entre el disfraz de la niña muerta y las niñas que no regresaron a casa. Entre la risa ante el espanto y la necesidad urgente de mirarlo de frente.


  • Lol Canul
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