La casa en la que cada persona vive está relacionada con la arquitectura, pero va mucho más allá de esta. Tomemos como ejemplo un apartamento común, que forma parte de un proyecto más amplio: el edificio, pero hacia el interior cada uno se diferencia de acuerdo con las costumbres de la persona o de la familia que lo habita y con ello se distingue o se independiza del proyecto arquitectónico original. No puede existir un apartamento si no hay un proyecto arquitectónico y estructural adecuado, pero estas condiciones no son suficientes para hacer de él un hogar. Si pensamos en una casa que ocupa un terreno urbano o rural, en la gran mayoría de los casos, al menos en nuestro país, se construye con los recursos y conocimientos de sus habitantes y muchas veces sin la intervención de profesionales, haciendo de ella un asunto totalmente ajeno a la arquitectura.
Lo que define una casa es quien la habita, en su aspecto privado y a su vez la casa lo define a él hacia el exterior, en el ámbito público. Ninguna casa o apartamento se puede separar de su contexto físico y cultural, pero al mismo tiempo cada una es diferente de las demás. Por otra parte, es de gran importancia el cuidado que los habitantes tienen de sus viviendas, darles el mantenimiento que requieren y ciertas acciones que tienden a embellecerla y decorarla, como la jardinería. Esto expresa la dignidad con la que las personas viven y cómo contribuyen al bienestar de sus comunidades o de sus barrios. En caso contrario también las casas expresan las carencias y problemas que pueden tener sus habitantes, en ocasiones el descuido y el abandono muestran un cierto egoísmo o conducta antisocial.
La relación con lo sagrado
Hay un pasaje bíblico muy interesante que expresa la importancia profunda de la morada del hombre y su relación con lo sagrado, que no siempre depende de cuestiones teológicas: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan quienes la construyen”.