La guía televisiva informaba sobre la película: “El farsante. Durante una sequía una soltera se enamora de un estafador. Protagonizada por Katherine Hepburn, Burt Lancaster, Lloyd Bridges. Dirigida por Joseph Anthony, 1956”. En algún momento el personaje de Hepburn dice una frase genial: “Me quedé en casa e hice poemas sobre lo que estaba en venta en el catálogo de Sears Roebuck”. Incurrí en un divagario. Empezó en el hecho de que el más famoso de los catálogos poéticos está en la Ilíada y se conoce como “el catálogo de las naves aqueas”. Luego, la curiosidad de que en México lo mismo que a Colgate no le decimos cólguéit sino colgate y a Palmolive no pálmoláiv sino palmolive, a Sears no le decimos síers sino sears y tal cosa permitiría la rima con “aqueas”. “El catálogo de las naves de Sears”. Y luego el que tal cosa me permitió hace siglos un verso donde eran básicos los sonidos en e y en s: “Las madres solas volverán a emplearse en Sears”. Y de ahí a lo que sigue.
Imaginemos la escena. Es 1934 y el presidente Franklin D. Roosevelt está reunido con sus colaboradores para ver qué libro, representativo de la cultura estadunidense y que hablara de sus aspiraciones y ventajas sobre otros sistemas de gobierno, podían enviarle a las autoridades de la entonces Unión Soviética. Alguien menciona Moby Dick de Herman Melville. Alguien más: mejor Huckleberry Finn de Mark Twain. Y otro: mejor Hojas de hierba de Walt Whitman. ¿Y por qué no, dice otro, los ensayos liberadores de Ralph Waldo Emerson o Walden de Henry David Thoreau? [Alguien pudo sugerir que enviaran a la URSS los libros de Jack London ya que Krupskaia le leía a su esposo Lenin, enfermo y en las últimas, sus favoritos El llamado de la selva y Colmillo blanco]. Dice alguien, más contundente: no habría mejor envío que la mismísima Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América y su frase sin pierde: “Todos los hombres son creados iguales”.
“Nah”, dice al fin Roosevelt: “Mándenles el catálogo de Sears”.