En su prólogo al libro Alemania (UNAM, 1960; 2a. ed., 1972) Max Aub se refiere a la “conversión de última hora” de su autor Heinrich Heine y cita sus palabras: “A trueque de que me acuse de sandio, no le ocultaré tampoco el gran acontecimiento de mi alma: soy desertor del ateísmo alemán y me hallo en vísperas de volver al seno de las creencias más insignificantes. Empiezo a darme cuenta de que una brizna de Dios en nada perjudicaría a un infeliz sobre todo cuando está tendido y amenazado por los tormentos más atroces. No creo aún del todo en el cielo, pero ya percibo por adelantado el sabor del infierno, gracias a las quemaduras que vienen a darme en la columna vertebral; y éste es progreso, porque así puedo entregarme al diablo”. Max Aub agrega, irónico: “Si alguien cree que estas líneas son un auto de conversión, que Dios le conserve la inocencia. Heine muere viéndose morir. Ahí sigue, mirándonos, ‘sin creer aún del todo en el cielo’”. (“Quemaduras en la columna vertebral”: Heine padeció una enfermedad en la médula desde 1845; desde 1848 tuvo que guardar cama. Pidió hasta el fin “papel, lápiz”).
Heinrich Heine (1797-1856) fue en efecto un pez huidizo en materia de conversiones religiosas. De familia librepensadora —antepasados judíos— se convirtió al protestantismo y luego tuvo un matrimonio católico sin bautizarse de nuevo. Ahora encuentro más miga en El humor judío. Una historia seria (Acantilado, 2023) de Jeremy Dauber. Según Heine los judíos habían aceptado el bautismo sólo como boleto de acceso a la cultura europea; al final de su vida dijo que no había vuelto al judaísmo porque “nunca lo dejé”. También es suyo uno de los mejores chistes judíos sobre el asunto: “Para un judío es dificilísimo convertirse porque ¿cómo puede creer en la divinidad de otro judío?”
Max Aub habla de “Chaplin, ese otro judío de la cuerda de Heine”. Dauber no incluye las “últimas famosas palabras” de Heine. Son Woody Allen puro, largos años previos: “Dios va a perdonarme: es Su chamba”.