Al verso más famoso de Quevedo lo preceden otros versos donde el poeta dice que a su muerte tanto su alma como sus venas y “médulas” vivirán pese a todo: “Serán ceniza, mas tendrán sentido”; y el verso: “Polvo serán, mas polvo enamorado”.
Borges reveló que ese polvo enamorado de Quevedo venía del poeta latino Propercio: “ut meus oblito pulvis amore vacet”. Tres traducciones. De Rubén Bonifaz Nuño: “No tan levemente a mis ojuelos se adhirió nuestro Niño,/ que, olvidado tu amor, mi polvo libre quede”. De Hugo F. Bauzá: “No tan suavemente el niño Amor se adhirió a nuestros ojos/ como para que mis cenizas, habiéndose olvidado de tu amor, queden libres”. De Gonzalo Sobejano: “No tan ligeramente se ha grabado en mis ojos el niño Amor,/ que el polvo que soy pueda olvidar el amor y despojarse de él”.
En su conferencia sobre “El Cante Jondo” (1922) Federico García Lorca contrapuntea a los poetas populares con poetas árabes y sobre todo con el persa Hafiz, del que cita: “Al fin mis huesos se verán un día/ a polvo reducidos en la fosa,/ mas no podrá jamás el alma/ borrar una pasión tan fuerte”. O García Lorca citaba de memoria o quería evitar las rimas previsibles en “ía” y en “osa”, ya que el original de la traducción del Conde de Noroña (1838) dice: “mas no podrá jamás el alma mía/ borrar una pasión tan poderosa”. Dice García Lorca que esta de Hafiz “es exactamente la solución de infinidad de coplas del ‘cante jondo’. Más fuerte que la muerte es el amor”.
Con el tiempo me gusta asociar más el polvo de Propercio con Hafiz. A diferencia de Quevedo, son más personalizados. Pero más allá del polvo que cita García Lorca hay otro polvo de Hafiz que ofrece una gran variante. En Tres poetas persas (Oasis, 1964) traducidos de una versión francesa por Nuria Parés, dos versos de Hafiz se leen así: “Si me reduces a no ser más que polvo/ proyecta, al menos, tu sombra sobre él”. Tu sombra sobre mi polvo. Qué cosa. Este no es sólo polvo enamorado sino a la vez polvo por amor asombrado.