La gran mayoría de los aficionados al futbol suelen regirse mediante lazos o códigos de lealtad, esos que (se supone) son irrompibles y se deben respetar como algo sagrado.
Es entendible, pues la pasión y el cariño engendrado por unos colores tienen sus raíces perfectamente cimentadas.
Lo malo, y espero que se entienda, es que muchas veces el futbolista no siente lo mismo; tal vez alguna vez en su vida, dentro de su etapa como aficionados, lo llegaron a sentir, pero una vez que entran al profesionalismo los intereses se mezclan.
Es algo casi inevitable.
Son pocos los futbolistas que de verdad pueden tener en su ser ese valor agregado de considerarse fieles a una institución.
En mi mente aparecen de inmediato algunos nombres, pero no figuran en nuestra galaxia futbolística.
No, ellos pertenecen a un mundo lejano y superior: Maldini, Raúl, Puyol, Del Piero, Totti ¿Se les ocurre algún otro?
No es tan sencillo, aunque por supuesto también en México los ha habido y los hay:
Cuauhtémoc Blanco (en su etapa americanista)… y no recuerdo alguna más, que se haya entregado a la causa de algún club por años y años.
Después vienen los mercantilistas (yo les diría mercenarios) esos que ponen el corazón en el cheque, en la subvención o en el contrato: En los dólares, para entendernos mejor.
A fin de cuentas están analizando su futuro económico, ya que venden su trabajo a quien quiera disponer de sus capacidades… o discapacidades (como en muchos casos).
Debemos entenderlos, pobres futbolistas, se acostumbran a recibir esas quincenas de trescientos mil pesos para arriba.
Tienen derecho a hacer más dinero (como si les faltara).
Cierro plasmando un mensaje que alguna vez Jorge Valdano escribió: “Futbolista:
Escucha bien. Si te aburres o si te cansas, acuérdate de cuando soñabas, de cuando eras hincha, de cuando empezaste.
Pero, sobre todo, acuérdate de no quejarte.
Acuérdate, en fin, de los que de verdad trabajan y renuncian a algo, a lo que sea, para poder pagar la entrada del partido.
Todo por verte”.