Sacamos lo mejor de nuestro ser ciudadano en la solidaridad ante los desastres. Probado. Y lo peor, en nuestra visión de lo público o en el pago de impuestos, cuando se trata de compartir espacios y recursos. Más que probado.
El bien del conjunto no parece estar en el horizonte de las decisiones. Claro, es un juego en que el ciudadano no está solo. Las autoridades lo alientan cuando son candidatos en campaña, pero lo sufren cuando ya son gobierno. Y esto más allá de lo honestos o corruptos que resulten ser.
No sé quién podía creer, por ejemplo, que la “nueva política” abanderada por Samuel García para Nuevo León iba a ser laica y gratuita. Aquel rollo de salirse del pacto fiscal era un pacto angelical: ahora se necesita dinero para cumplir. Pero en el primer momento en que habló de “replaqueo” o de impuestos verdes a industrias contaminantes, el encanto se le empezó a desgastar, a él y a Cenicienta. También la influencia política, a él y a la influencer.
En Jalisco, el gobernador Enrique Alfaro se montó también, durante las campañas para diputados y presidentes municipales, en el cuento de cuestionar el pacto fiscal. Pasado el periodo electoral, esto terminó en la idea de una burda consulta de respuesta obvia, en un programa de verificación vehicular que, se entiende, será recaudatorio y en un impuesto aumentado sobre la nómina. Y cuando faltan recursos, se acaba la gracia.
#ORespetanOSeVan: en CdMx los alcaldes no han podido con los abusos de los restauranteros a partir de “Ciudad al aire libre”. Los vecinos los acusan de privatizar el espacio público y de aprovechar el programa “para hacer lo que quieran con sus negocios en la calle”. Ya recurrieron al amparo. Esperan una respuesta de la jefa de Gobierno y, mientras no la tengan, recurrirán a la protesta. El aprovechamiento respetuoso y gozoso del espacio común, con reglas básicas y bien aplicadas, garantizaría el derecho de todos. ¿No se puede?
“Hay algo que no entiendo”, dijo en un tuit el alcalde de San Pedro Garza García: “De verdad no lo entiendo. La poca disposición de algunos ciudadanos en posición de privilegio a sacrificar unos minutos (en auto) para darle a otros (ciclistas) el derecho a moverse de una manera que nos da a todos un mejor planeta”. El independiente Miguel Treviño se reeligió defendiendo una idea de ciudad sustentable donde la prioridad es del peatón, luego del ciclista, el transporte público y, al final, el auto particular. Se topó con pared a la hora de comenzar una ciclovía que hará un poco más lento el acceso de algunos automovilistas a sus casas. Lo tildaron de utópico y de poner sus ideas por encima de la gente: de arbitrario y déspota. Adiós a la acariciada idea de ciudad y a la popularidad del alcalde.
La autoridad tiene la mayor parte en la ineficiencia, la corrupción y la irresponsabilidad. No lo dudo. Quién lo duda. Pero también ése es un discurso cómodo: cada tres años, o cada seis, volvemos a creer en una especie de paraíso perdido, o nunca hallado, en donde no aportamos ni nuestro tiempo ni nuestro dinero a lo público. Al contrario, si se dejan, lo consideramos privado. Si el mundo de la política no educa en la ciudadanía, ¿quién lo hará? Solo el desastre.
Luis Petersen Farahluis.petersen@milenio.com