Ojalá podamos desarrollar la capacidad de reconocer el modo en que nuestras emociones afectan a nuestras acciones y utilizar nuestros valores como guía en la toma de decisiones.
Es decir, estar conscientes de qué estamos sintiendo, comprender los vínculos entre sentimientos, pensamientos, palabras y acciones.
Desarrollar "la capacidad de permanecer atentos, de reconocer los indicadores y sutiles señales internas que nos permiten saber lo que estamos sintiendo y utilizarlas como guía que nos informa de continuo acerca del modo como estamos haciendo las cosas".
Todo inicia estableciendo contacto con el flujo de sentimientos que continuamente nos acompaña y reconociendo que estas emociones tiñen todas nuestras percepciones, pensamientos y acciones.
Por lo general, no nos percatamos de los sutiles estados de ánimo que fluyen y refluyen mientras llevamos a cabo nuestra rutina cotidiana.
El día a día hace que estemos más preocupados por nuestros pensamientos, metidos en la tarea que estamos llevando a cabo sin percibir los sentimientos que esto genera en nosotros.
Para sensibilizarnos de este ruido subterráneo de estados de ánimo y emociones es necesario hacer una pausa mental, pausa que raramente nos permitimos.
Nuestros sentimientos nos acompañan siempre, pero raramente nos damos cuenta de ellos, por el contrario, solamente nos percatamos cuando éstos se han desbordado.
Como si nuestras emociones tuvieran su propia agenda, pero nuestras agitadas vidas no le dejaran espacio ni tiempo libre y, en consecuencia, se vieran obligadas a llevar una existencia subterránea.
Toda esa presión mental termina sofocando esa voz interna emocional que es una brújula para navegar adecuadamente por el océano de la vida.
Las personas incapaces de reconocer cuáles son sus propios sentimientos son como "analfabetos emocionales".
Esta sordera emocional constituye una especie de olvido de los mensajes que nos manda nuestro cuerpo en forma, por ejemplo, de jaqueca crónica, dolor lumbar o ataques de ansiedad.
Pero la conciencia de uno mismo puede ser cultivada, por ejemplo, con la meditación cotidiana.
La conciencia de uno mismo constituye una especie de barómetro interno que nos dice si la actividad que estamos llevando a cabo, o la que vamos a emprender, merece realmente la pena.
Los sentimientos nos proporcionan una imagen global de toda situación.
Y, en el caso de que existan discrepancias entre nuestros valores y nuestros sentimientos, el resultado será inquietud en forma de culpa, vergüenza, dudas, ensoñaciones, remordimientos o similares.
Ese ruido de fondo actúa a modo de niebla emocional que inspira sentimientos que pueden acabar saboteando todos nuestros esfuerzos, por ser y estar bien