Aunque la compasión y los sentimientos compasivos son imprescindibles y básicos para lograr el equilibrio emocional, la compasión no siempre es bien entendida.
En nuestra cultura, ser el objeto de un sentimiento compasivo suele llevar a pensar “no quiero que sientan pena por mí”, lo que hace que se rechace.
Y es que, en las raíces judeocristianas, la compasión podría tener relación, para algunas personas, con cierto sentimiento de menosprecio por la persona que sufre.
En la etimología de la palabra ya se encuentra dibujada la experiencia humana de la compasión.
La compasión proviene del latín cumpassio, que significa "sufrir juntos".
Aunque para experimentar compasión la condición es empatizar con el otro, esta se distingue de la empatía en que no solo implica comprender el sufrimiento ajeno, sino también un deseo activo de ayudar a aliviarlo.
El filósofo Aristóteles describe la compasión como sentir y conmoverse con el sufrimiento ajeno, especialmente sentida por aquellos que "sufren sin merecerlo", como los enfermos o los niños.
La compasión la distinguimos con mayor precisión cuando experimentamos sensibilidad al sufrimiento:
La compasión permite reconocer el dolor en uno mismo y en los demás, generando una respuesta emocional que motiva acciones para aliviar ese sufrimiento.
Existe una “llamada a la acción”, un deseo de ayudar:
A diferencia de la empatía, que puede ser una respuesta pasiva, la compasión implica un compromiso activo para reducir el sufrimiento.
Las personas compasivas se conectan con quienes sufren, una conexión emocional lo que les permite comprender mejor las experiencias y emociones ajenas.
La compasión es un elemento de cohesión, suscita el reconocimiento del otro con quien se convive, atención a sus necesidades y promueve la solidaridad, es decir procurar el bienestar social, no sólo individual.
Las personas compasivas, suelen experimentar mayores niveles de felicidad y satisfacción personal, son personas con bienestar emocional.
La compasión fortalece los vínculos sociales, promoviendo un sentido de comunidad y apoyo mutuo, fomenta las relaciones interpersonales incluso tiene un impacto positivo en la salud física y mental.
Estudios sugieren que ser compasivo puede reducir el estrés y mejorar la salud general.
En resumen, la compasión es un valor fundamental que no solo nos conecta con el sufrimiento ajeno, sino que también nos motiva a actuar para aliviarlo, generando un impacto positivo en nuestra vida y en la de los demás.
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