A lo largo de nuestra vida, se nos enseña a creer que, si logramos comprender un fenómeno o describirlo en forma intelectual, obtenemos control sobre él.
Como si leer sobre natación fuera equivalente a saber nadar... Obviamente, éste es un craso error.
En realidad, esta capacidad de la mente -la de imaginar cosas y de reflexionar como si los objetos concretos se hallaran presentes- nos resulta útil en muchos casos, pero las implicaciones pueden ser turbadoras.
Al abstraer conceptos de la realidad, generalmente no estamos en contacto con la forma como esta realidad nos toca los afectos, las emociones.
Es decir, podemos pensar fría y despegadamente en cosas que, de ocurrir en la realidad, tendrían un efecto emocional devastador sobre nosotros.
En la década de los ochenta, era frecuente que periodistas y “líderes” de las potencias occidentales -de los rusos casi nunca se sabía nada- calcularan muy sueltos de cuerpo los efectos de una guerra nuclear:
si valía la pena o no cambiar a Hamburgo por Leningrado, y si era o no conveniente destruir primero Moscú o quizás alguna otra ciudad, antes de la inevitable vuelta de mano de los rusos -lo que implicaba ¨perder¨ Nueva York o Chicago, como si se tratara de un juego-.
La verdad es que esta facultad -la mente condicionada- nos puede envolver en forma tan total que podemos llegar a creer cualquier cosa.
Literalmente, a una persona sugestionable se le puede convencer de que tiene frío, calor, de que tal o cual situación en que está inserta constituye un problema serio, que tal o cual persona no es de confiar, que una pintura horrorosa es una obra de arte magnífica e invaluable, etcétera.
Parece de risa, pero lo triste es que todos somos así: todos somos sugestionables en algún grado.
Nos hemos convencido de patrañas más grotescas que cualquiera de ésas.
Creo que uno de los grandes defectos del sistema democrático es precisamente ése: cualquiera nos convence de cualquier cosa... y después nos preguntamos cómo llegó a ser elegido presidente tal o cual sujeto, aquí o en otro país.
O que nos hablen de otros datos, o que aceptemos la mentira cotidiana porque así son los políticos.
Ya sabemos: Hitler era idolatrado por una gran proporción de la población germana, lo que ahora nos parece increíble,
Una vez que hemos sido condicionados, una de las cosas más tristes que ocurren es que nos volvemos cómplices del sistema.
Deseamos que los demás sean como nosotros.
Deseamos que recorran la misma senda "normal" y establecida: que tengan su trabajo, su pareja, sus niños, su casa... que hagan "lo que se hace", lo mismo que hicieron sus padres y antepasados -con ligeras diferencias-.
Esto incluye, usualmente, el embrutecerse con actividades, de modo de evitar el "ocio" -y con ello evitar hacerse preguntas tan absurdas como por ejemplo "¿Qué estoy haciendo con mi vida?"-
Lo verdaderamente valiente es tomar las riendas de nuestra propia vida.
luisrey1@prodigy.net.mx