Jamás pensé que este año la Biblioteca Municipal de Tampico sería testigo de nuestro último encuentro, después de quince años de no vernos. Las bibliotecas tienen algo de destino escrito: los libros observan, escuchan y, a veces, guardan despedidas sin avisar. Aquella tarde, entre estantes y murmullos de lectores, la vida nos regaló un reencuentro que hoy comprendo como un privilegio.
A Gracia Ramírez la conocí gracias a nuestro amigo Daniel Mata, en el café Macondo. No pudo haber un mejor escenario: café, palabras y una conversación que desde el inicio prometía quedarse. Gracia era así: cálida sin esfuerzo, alegre y amiguera por vocación. Tenía ese don de hacerte sentir parte de quienes aman las letras.
La poesía no era para ella un género literario; era una forma de habitar el mundo. En sus manos, los versos eran puentes. Conectaban sensibilidades, generaciones, silencios. Amaba la literatura, la cultura y el arte con una entrega profunda, honesta y cotidiana. No presumía su talento: lo compartía. Y en ese acto sencillo dejó huella en lectores, alumnos, amigos y desconocidos que alguna vez se detuvieron a escucharla.
Su vida estuvo rodeada de sonrisas auténticas, de conversaciones largas, de lecturas cautivantes que regaló sin esperar nada a cambio. Gracia leía como quien abraza y escribía como quien confía. Su don de gente era tan grande como su amor por la palabra. Por eso duele su partida, porque no solo se va una persona: se deja de oír una voz.
Pero entonces surge la pregunta inevitable: ¿qué deja un poeta cuando se va de este mundo?
Deja palabras que siguen respirando en otros. Deja versos que aparecen cuando más se necesitan. Deja preguntas abiertas, emociones despiertas, una forma distinta de mirar lo cotidiano. Un poeta deja memoria sensible: esa que no se archiva, sino que se transmite. Deja el permiso de sentir, de nombrar la belleza y también la herida.
Gracia deja su luz sembrada en cada lector que tocó, en cada espacio cultural que habitó, en cada conversación donde la poesía fue excusa para encontrarnos. Su legado no se mide en páginas, sino en vidas transformadas por su amor a las letras.
Hoy agradezco su vida, su generosidad y su palabra. Honro su legado leyendo, escribiendo y recordando. Porque mientras alguien pronuncie su nombre, lea un poema o crea en el poder de la literatura, Gracia Ramírez seguirá aquí, eternamente viva.