En los últimos dos días, la tormenta tropical “Alberto” ha traído lluvias torrenciales a varias regiones de México, afectando particularmente a las ciudades de Nuevo León y Tamaulipas.
Este fenómeno meteorológico ha puesto de manifiesto, una vez más, la falta de preparación y planificación urbana en nuestras ciudades para gestionar eficazmente el agua de lluvia, razón por la que terminamos ahogándonos con nuestra propia solución.
Las consecuencias han sido moderadas, pero importantes: inundaciones, afectaciones a la infraestructura en algunas zonas y, lo más preocupante, la pérdida de una valiosa fuente de agua que podría haberse aprovechado.
Este escenario evidencia una serie de deficiencias en la gestión hídrica y nos invita a reflexionar sobre la urgencia de adoptar medidas sostenibles para el manejo del agua pluvial.
En primer lugar, es crucial reconocer que la lluvia es un recurso natural invaluable, especialmente en regiones que enfrentan problemas recurrentes de escasez de agua.
En lugar de permitir que el líquido se convierta en un problema, deberíamos considerarlo una oportunidad.
Sin embargo, las ciudades de Nuevo León y Tamaulipas -así como las del resto del país- no están diseñadas para capturar y reutilizar este recurso.
La falta de sistemas de captación de agua de lluvia tiene múltiples implicaciones.
Las inundaciones, una consecuencia directa de la incapacidad de nuestras ciudades para gestionar grandes volúmenes de agua en poco tiempo, causan estragos en la infraestructura urbana.
Calles anegadas, viviendas dañadas y comercios cerrados son solo algunas de las imágenes que se repiten cada vez que ocurre un evento de lluvia intensa.
Estos incidentes no solo afectan la vida diaria de los ciudadanos, sino que también tienen un impacto económico considerable.
Los costos de reparación y los daños a la propiedad privada y pública se traducen en un gasto significativo para las arcas municipales y estatales.
Además, la gestión ineficaz del agua de lluvia agrava los problemas de escasez hídrica.
En muchas ocasiones, el agua que se podría haber recolectado y almacenado para su uso posterior simplemente se pierde, escurriéndose por las calles y terminando en sistemas de drenaje que no están diseñados para aprovecharla.
Esta situación es paradójica en regiones que a menudo sufren sequías prolongadas.
Aprovechar el agua de lluvia no solo aliviaría la presión sobre los acuíferos y otras fuentes de agua, sino que también proporcionaría una solución sostenible para el riego agrícola, la limpieza urbana y otros usos no potables.
Es evidente que necesitamos un cambio de paradigma en la forma en que gestionamos el agua de lluvia.
Las ciudades deben invertir en infraestructura verde que permita la captación, almacenamiento y reutilización del agua pluvial.
También es fundamental que las políticas públicas se alineen con estas necesidades.
Los gobiernos locales y estatales deben desarrollar e implementar regulaciones que incentiven la construcción de infraestructura adecuada para la gestión del agua de lluvia.
No podemos seguir permitiendo que este recurso valioso se desperdicie y cause daños significativos a nuestras ciudades.
Es imperativo adoptar un enfoque integral que combine infraestructura adecuada, políticas públicas efectivas y la participación activa de la ciudadanía.
Solo así podremos convertir un desafío en una oportunidad y avanzar hacia un futuro más sostenible y resiliente.