Para las y los jóvenes, 2025 fue un año que confirmó muchas sospechas y rompió varias ilusiones.
La economía se estancó y las oportunidades se volvieron escasas.
Conseguir un empleo formal fue sumamente difícil, emprender casi imposible y planear el futuro se convirtió en un ejercicio de resistencia.
La precariedad dejó de ser una etapa temporal para convertirse en un riesgo permanente.
Al mismo tiempo, el país retrocedió en materia democrática.
La desaparición de los órganos autónomos apagó contrapesos fundamentales y redujo la capacidad ciudadana para exigir cuentas.
En un entorno donde la información depende del poder, la participación pierde sentido y la crítica se castiga.
La reforma judicial terminó de encender las alarmas. Al politizar la justicia y debilitar el amparo, se minaron garantías básicas.
Para una generación que protesta, cuestiona y se moviliza, la pérdida de jueces independientes no es un asunto abstracto: es la diferencia entre tener derechos o solo discursos.
La corrupción volvió a mostrarse sin pudor. El huachicol fiscal, las redes de impunidad y la protección a personajes cercanos al poder evidenciaron que el sistema no se transformó: solo cambió de beneficiarios.
Morena se descaró y el cártel de Palenque, dirigido por AMLO y sus hijos, dejó claro que la única corrupción que no toleran es la que escapa de su control.
Cada peso que se robaron es una oportunidad menos para educación, innovación o desarrollo, es decir, para el futuro que se nos prometió.
En seguridad, el contraste entre cifras oficiales y la realidad cotidiana alimentó la desconfianza. Mientras se habla de menos homicidios, las desapariciones aumentan.
El miedo no desaparece con comunicados; se combate con resultados reales.
La imposición de políticas como la Ley de Aguas mostró una lógica autoritaria: controlar en lugar de dialogar, sancionar en lugar de apoyar.
Lo mismo ocurre con la persecución de periodistas, ambientalistas y defensores de derechos humanos, señales claras de un régimen que no tolera la crítica.
Y como si todo esto no bastara, los lujos, viajes y excesos de dirigentes oficialistas y sus hijos terminaron por romper cualquier narrativa de congruencia.
La austeridad quedó para el discurso; el privilegio, para quienes se niegan a predicar con el ejemplo.
Sin embargo, este año también dejó una enseñanza clave: la resignación no es opción.
Acción Nacional ha iniciado un proceso de renovación profunda, abriendo espacios a la ciudadanía y, especialmente, a los jóvenes que quieren participar, proponer y liderar con responsabilidad.
El 2026 puede ser distinto. Dependerá de que esta generación no se repliegue, no normalice el abuso y asuma su papel en la reconstrucción democrática del país.
El futuro no se hereda: se defiende.