Reparación de tuberías

Ciudad de México /
Luis M. Morales

Esta semana tuve la oportunidad de conversar con algunos alcaldes de diferentes estados y distintas orientaciones políticas, pero frente a una problemática muy similar y que probablemente padecen muchos ayuntamientos a lo largo del país, porque pareciera ser el signo de los tiempos en el mundo: administrar la tarea pública en entornos egoístas, groseros y crispados.

La visita me trajo añejas reflexiones, comenzando con que no es un reto exclusivo de municipios, sino de la función pública de nuestros días. Es como querer mover a un hosco elefante sobre arenas movedizas, y ante la impotencia y el barullo de reclamos por lo difícil que resulta, se vuelve más atractiva la idea de imponer la propia voluntad que sumar las de otros.

Arcas públicas vacías o comprometidas por irresponsabilidades de predecesores, ya sea por negligencia o corrupción; agenda impuesta a punta de ataques de adversarios políticos o mediáticos; amenazas de proveedores para seguir vendiendo a precio de lujo lo que un municipio/estado/universidad/secretaría/dependencia ni necesita; chantajes de colaboradores mezquinos; funcionarios flojos; corruptos colados y serviles; manipulación pagada en redes sociales; plumas de columnas alquiladas; impuestos que predecesores no enteraron, que merman las finanzas de hoy y que quizá terminaron gastados en alguna casa de campo particular; tramas revueltas de papeles y normativas para diluir responsabilidades; recursos desviados impunemente; traiciones adjudicadas a otros… En fin, una verdadera ensalada de serpientes que hay que ir desmadejando mientras se izan las velas para llegar al puerto del bien común sorteando afuera los ventarrones de un individualismo extremo, convenenciero y cínico que amenaza con menoscabar la fe de la gente de bien.

Sí, gente de bien. Todavía existe y debe contarse con más en la tarea pública. Es comprensible sentir rechazo frente al plato que sirve una ensalada como la descrita, pero se necesita gente de bien en estos menesteres o ¿en manos de quiénes se decidirán los destinos de todos? ¿Quiénes dispondrán de los bienes públicos, de los recursos, de las instituciones, de aquello que costó desvelos, sacrificios y vidas de antepasados? Las personas corruptas y soeces, quienes envenenan oídos de líderes y gobernantes, quienes entierran la daga pero culpan de traición a otros, desaniman a nuevos perfiles. Pero ¿no es justamente en estas circunstancias cuando puede hablarse de verdaderas vocaciones de servicio? ¿No es ahí cuando valen la pena?

Sin embargo, que las personas de bien se sumen, como debería ser, no significa que hagamos descansar los pilares de la República en idealizaciones. Está descrito ya el complicado entorno, y si el entorno es así eso dice mucho de la sociedad que somos. Por eso, confiar en una política que consista en cambiar de caras, en el fondo no transforma, porque el fondo está hecho de la misma sustancia común (es la mis-

ma sociedad).

Por esas sencillas razones las instituciones son necesarias, porque un buen diseño colegiado trasciende los peligros de las individualidades, lo que en sí mismo es valioso en una época tan individualista y poco solidaria. Podemos hablar también de la relevancia que poseen para el crecimiento, por la sola razón de que las instituciones constituyen estructuras estables y eficientes para el intercambio económico y la creación de riqueza. Hay toda una corriente económica que estudia y demuestra esto. Desde luego que no están exentas de revisión y reorganización, pero con objetivos claros y sensatos. Las buenas intenciones de mejorar nuestra vida como país no son, por sí mismas, objetivos de rediseño institucional.

Bastaría concentrarnos, cada cual desde su trinchera, en combatir los males que mencioné en el tercer párrafo de esta breve reflexión, para que a pasos agigantados se moviera el país entero. Con eso repararíamos las perforadas tuberías que padecemos desde hace lustros y que impiden que verdaderamente llegue el bienestar prometido por las buenas ideas a la prosperidad de la nación. Se necesitan vocaciones de servicio y camisas arremangadas, porque la humedad trasminada por tantos años está echando a perder demasiadas cosas.

Hay políticas, ideas, leyes y hasta segmentos constitucionales enteros cuyas beatitudes en realidad no hemos podido experimentar nunca porque todo se diluye mientras la tubería no se repare. Chorros de progreso aguardan, pero es por esta vía. 


  • Margarita Ríos-Farjat
  • Ministra de la Suprema Corte de Justicia
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