Que por encima de todo importen ellas y ellos.
Todo es relevante en estos hallazgos, pero que primero estén las y los jóvenes que fueron atraídos y engañados por una falsa oportunidad de trabajo, y que luego fueron retenidos, lastimados, obligados a pelear con otras víctimas para sobrevivir.
Que importen los asesinados, los reclutados, los que siguen desaparecidos, algunos ya sin vida y otros atrapados en el infierno de una guerra que no es suya, que no debió haberlo sido nunca.
Que importen sus familias, las que viven la interminable angustia de no saber nada del joven que era hijo, hermano, futuro, y cuya ausencia es hoy dolor permanente, infinita incertidumbre.
Que importen, en primer lugar, las víctimas directas o indirectas, los jóvenes y sus familiares.
Que importe el suplicio, el trabajo y los hallazgos de las buscadoras, caminantes con sufrimiento a cuestas, mujeres afligidas, valientes, incansables.
Que se haga a un lado el intercambio de acusaciones, que cese la retórica que culpa a los que se fueron o a los que van llegando, a otro orden de gobierno o al partido de enfrente.
Que importen las víctimas. Su atención, identificación, ubicación, rescate, apoyo, lo que proceda.
Que importen aquellas y aquellos que también están en riesgo de caer en la trampa. Hay que alertarlos, prevenirlos, protegerlos, alejarlos del peligro.
Que importen más nuestros jóvenes que nuestras diferencias. Que importen más sus vidas que los cálculos políticos.
Que vivamos la conmoción en lugar de evadirla. Que nos duela la tragedia en vez de disimularla. Que nos incomode la realidad y no que nos acomode. Que prevalezca la inquietud de la conciencia sobre la quietud de la apatía.
Que no haya denuncia sin atención ni llamado de ayuda sin respuesta.
Que nos interese más comprender y enfrentar la dimensión de la tragedia que aprovecharla o
minimizarla.
Que importen las personas desaparecidas por encima de cualquier otro interés. Pero, en su momento, que importe también aplicar la ley y castigar a los victimarios. Nada debe quedar impune.
Que al menos el horror nos haga coincidir. Que en este oscuro momento sepamos hablar con claridad y buena fe. Sumarnos. Trabajar juntos.
Que el dolor y la indignación nos unan. Y que nos una la esperanza.
A ver si así encontramos más y más coincidencias. A ver si así rescatamos una escala de valores que nos sea común: la vida, la libertad, la paz, la justicia.
Hagámoslo por ellas y por ellos, nuestros jóvenes. Para que su México no les falle. Para que tengan oportunidades, enfrenten desafíos, se equivoquen, aprendan, acierten y prosperen. Pero todo en paz y libertad.
Frente al horror, seamos uno.
México nos necesita unidos en lo fundamental.