Cuando era pequeño recuerdo el orgullo que me daba escuchar los toques de la banda de guerra del Ejército Mexicano, verlos desfilar en el Día de la Independencia, era un hecho que merecía toda la atención, los soldados sin duda inspiraban a los pequeños que veían la gloria de las fuerzas armadas en todo su esplendor.
Aquello era místico, a los militares poco se les veía en las calles, eran como artículos de lujo, eran algo así como los súper héroes que se veían solo cuando se les necesitaba, quién de niño no recuerda el famoso Plan DNIII en el que se veía al ejército apoyando a los ciudadanos en caso de desastre natural, después a los cuarteles y solo desde lejos podía uno apreciarlos.
Encontrarse con un convoy de soldados casi era un encuentro mágico, uno en el que se enchinaba la piel de solo recibir el saludo de uno de ellos, mientras estaba sentado en el asiento posterior del auto familiar cuando ellos pasaban con gallardía por un lado.
Hacer el servicio militar era una distinción, no un castigo o algo que tengo que hacer para que me dejen trabajar, era un orgullo poder estar al lado de esos hombres que estaban entrenados para dar la vida por nuestro México, contra el invasor extranjero.
Pero todo cambió, desde el momento en que se decidió sacar al ejército a las calles, a hacer labores de policías, ante la ineptitud civil del entrenamiento preparación y dignificación de las fuerzas civiles de seguridad, se tuvo el pretexto perfecto para sustituirlos por militares, quienes obedientes salieron a las calles a hacer la labor que los gobernantes electos por los ciudadanos descuidaron, el Ejército empezó a hacer labores de seguridad pública sin descuidar la de seguridad interior.
Se perdió el misticismo, y se perdió el respeto, no se borran de mi mente las imágenes de delincuentes envalentonados por conocer de antemano las órdenes del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas: no atacar al “pueblo” mientras ese “pueblo bueno y sabio” despojaba de sus armas y secuestraba a elementos entrenados para defendernos del enemigo. Hoy resulta que el enemigo es el compatriota.
Nuestro ejército debe de ser orgullo de los mexicanos, pero parece que la tónica sigue siendo mandar al diablo a las instituciones y desafortunadamente hoy más que nunca, creo que a la milicia le hace falta volver al camino ese en el que se les respetaba y se les admiraba, a ese misticismo en el que como de niños los veíamos como héroes.
miguel.puertolas@milenio.com