Me resisto a ver como normal la violencia que vive nuestro país, no es normal, pero ¿sabe algo? ya hay una generación que hoy tiene 15 años, que son los niños que nacieron con la mal llamada guerra contra el narcotráfico allá por el 2007 que no conocen otro México que el de la narcoguerra, los decapitados, las ejecuciones, los narcobloqueos y una inseguridad exacerbada.
A partir de esto nos queda reflexionar sobre todos aquellos niños y jóvenes que tienen la fortuna de ser parte de la generación de la era digital, de las nuevas tecnologías y de la eliminación de fronteras gracias a éstas, pero el gran infortunio de no saber lo que es despertar sin la nota roja del día.
Hablamos de por lo menos 7 millones de mexicanos que nacieron desde que en México empezó a crecer la violencia, para quienes los vocablos narco, buchón, dealer, ejecutado, enfrentamiento, homicidio, son del todo familiares y parte de su vida diaria, donde la inseguridad juega un papel importante y un ambiente en el que muchos de ellos son propensos a caer en las garra del crimen.
La violencia que sacude México pasa se ha metido a nuestras vidas, ya es parte de lo cotidiano, la violencia no solo sacude y deja víctimas en las calles mucha de esta se traslada a los hogares, a la vida diaria y parece no importarle a nadie que estamos deformando generaciones completas de futuros ciudadanos que deberían crecer en un entorno ajeno a todo esto.
Son generaciones que quedarán marcadas de distintas maneras, algunos tendrán repercusiones psicológicas, su concepción de la realidad es la de la violencia, a la que ven como parte de su vida, otros serán o son ya, víctimas de los delincuentes, ya sea directa o indirectamente, al haber sido o con posibilidad de ser parte de las estadísticas de quienes han sido atacados por los delincuentes, huérfanos producto de homicidios, o simplemente testigos de un mundo que no debería ser.
La violencia es uno de los factores más importantes para desarrollar depresión, ansiedad, trastornos postraumáticos y otros males que van más allá del daño físico causado, no podemos hablar en ningún sentido de bienestar y progreso si seguimos sumidos en esta triste realidad.
miguel.puertolas@milenio.com