Últimamente me está pasando que no puedo observar mi realidad sin una cierta amargura.
De repente, a pesar de todas las ventajas que he construido para la vida que elegí, me saltan encima un poco más frecuentemente las desventajas, las cosas que no fueron, aquello que elegí y no resultó ser cómo quería que fuera.
No sé si es cosa de los treintaytantos, de la elección de ser autónoma y siempre estar luchando por dinero, del duelo que estoy transitando, o del mundo real y la vida en sí misma, pero si fastidia bastante identificarlo, porque, pese a mis ejercicios de gratitud diaria y mis limpiezas con hierbas y la consciencia de ser humana y tener derecho a vivir sentimientos “negativos”, no he podido superar los mismos.
Así que me regreso a la base de todo.
A la teoría fundamental que nos dice que no basta la magia ni los libros de superación, que hace falta un salario digno, una distribución del trabajo no patriarcal, la posibilidad de elegir con consciencia la maternidad verdadera y no la prefabricada para revistas y comerciales rositas.
Reconozco que estoy sumamente agotada de picar piedra, de construir mi vida sobre el monte, cargando a tres hijos, un trabajo precarizado (el de escritora) y uno no pagado (el de cuidadora). Reivindico mi derecho a estar cansada, y hasta a (¡que ni lo mande dios!) estar un poco amargada.
Agradezco mucho la salud y alegría de mis hijos, pero en verdad me gustaría estar menos agotada para transitarla con ellos de forma más lúdica.
Agradezco por todos nuestros clientes y recomendaciones recibidas, pero deseo con muchas ganas que el trabajo artístico fuera mejor pagado, valorado y con mayor frecuencia contratado; agradezco mi consciencia actual, pero me hubiera encantado haberla tenido antes para, tal vez, tomar elecciones distintas y no estar tan agotada actualmente.
La magia, la gratitud, las amigas, la familia, el trabajo y los éxitos se agradecen un montón, pero también es cierto que en el camino uno muchas veces se cansa y se agota y es necesario parar un poco para descansar.
Como aquellos que recogen migajas en el bosque, nosotros estamos también colectando en el camino, pero a veces hay mucha distancia entre una y otra, y es ahí donde podemos permitirnos los sentimientos humanos de frustración, miedo, amargura, sensación de fracaso, y después, invariablemente, sacudirse las rodillas y seguir caminando, hasta encontrar más migas y llegar a nuestro destino prometido.