El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Las mamás que se desvelan hasta altas horas de la noche para dejar la casa impecable para la posada familiar, y que después de ella terminará con el piso chicloso y latas de cerveza por todos lados.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Que cobraron su tanda por estas fechas para poder cubrir los regalos de Navidad, porque predeciblemente el progenitor no depositó pensión ni parte proporcional de aguinaldo y con el trabajo de medio tiempo que mamá tiene para poder criar además al niño pequeño, no iba, ni de broma, a alcanzar.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Que piden prestados espacios en casas de sus amigas para guardar los juguetes de Navidad y así no arriesgarse a que los niños los encuentren antes de tiempo, ocupándose de crear magia alrededor del acto de dar y recibir, exitosamente otra vez.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Que organizan intercambios con sus amigas, con su familia, ahorrando gran parte de su salario y aguinaldo para ello, simplemente porque disfrutan muchísimo de la alegría que hay en torno a regalar y ser regalado.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Que aun cuando están pasando por procesos agresivos de cáncer o de alguna enfermedad de ésas que el sistema de salud no sólo no está preparado para atender, sino que hace perdediza la dignidad, buscan transmitir confort y esperanza a su familia en estas fiestas.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Que aun cuando tienen a sus niños enfermos un día sí y el otro también, de mocos, de fiebre, de alergias, o peor, internado en un frio hospital del sector público, encuentran la manera, siempre encuentran la manera para preparar una cena navideña, hacer las cartas, poner el árbol, enseñar a cantar villancicos y llevar exitosamente la carga extra de estas fiestas.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.
Quienes están sobreviviendo todos los días a los desafíos económicos de la temporada, a los juicios no pedidos de las personas que les dicen lo mucho más gordas que se ven, y ¿de verdad se van a comer otro plato?; a ver a su agresor de la infancia sentado en la mesa de la abuela, a la pasivo agresividad de la suegra que no deja de esperar el momento para darle azúcar al bebé de meses en la cena de navidad, a la necesidad de desvelarse y levantarse temprano de nuevo al día siguiente para tener comida echa y casa limpia, porque con tantos compromisos sociales y el festival navideño y las horas extras cuando trabajan en una tienda o almacén, el tiempo no rinde a menos que, exhaustas, las mujeres den un cien por ciento extra al cien por ciento extra que ya daban de sí mismas en meses anteriores.
El espíritu navideño no existe, son las mamás.