“Madre sola y sin apoyo, se quitó la vida.
Abrumada por la falta de empleo y la responsabilidad de cuidar de sus dos hijas, Brenda, una mujer de 38 años, decidió escapar de aquella situación que la afligía.
La noche del lunes fue hallada sin vida.”
No puedo terminar de explicar el peso que sentí en el estómago, las ganas de vomitar, la rabia, la incredulidad al leer esta nota.
Vamos por partes.
La nota me llego a través de un grupo de WhatsApp donde las mujeres que luchamos por pensiones justas en México nos acompañamos y sostenemos.
Con la dosis justa de indignación, incredulidad y rabia, las mujeres que ponen el cuerpo, el tiempo, las letras, el sudor y el trabajo de activismo lloramos por esta mujer y sus dos hijas.
Lloramos de rabia por el Estado fallido que no intervino a tiempo, de indignación por el mensaje velado entretejido en esta nota sensacionalista:
Ella se rindió.
Ella no pudo.
Fue su culpa.
¿Cómo se atrevió?
En ningún momento se señala la ausencia del otro progenitor responsable, en ningún momento se llama la atención hacia el hecho de que si una mujer con hijas no encuentra trabajo ni recibe manutención, es, por supuesto, una falla del Estado.
A Brenda no la hallaron muerta. La asesinó el Estado. Con su indiferencia, con la ausencia de mano dura en políticas públicas que tengan que ver con resguardar a quienes proveen cuidados, la falta de castigo diligente y severo a los deudores alimenticios, la falta de acceso a trabajos dignos y bien pagados, con horarios flexibles para cuidadores.
El Estado falló, porque no provee acceso a salud mental digna desde el momento que es incapaz de cubrir las necesidades básicas de la población más vulnerable.
Pero, ¿vemos esta falla reflejada en los titulares? No. Nuevamente es la madre la culpable, la que se atrevió a dejar a dos niñas solas y a su suerte, después de, seguramente años de luchar contra la depresión, la precarización, la maternidad no deseada (tal vez), sus sueños en pausa, el hambre, el miedo, la rabia de saber que el progenitor reconstruye su vida sin consecuencias ni hacerse cargo de las responsabilidades mientras una se queda aquí, criando, cuidando, sobreviviendo.
No sabemos qué fue lo que detono finalmente el quiebre de Brenda. Siempre hay algo.
¿Se acabo el gas? ¿Ya no había dinero para la comida de mañana? ¿Los zapatos escolares de las niñas se rompieron? ¿Se enfermaron y no tenía ni para el SIMI?
Hablando desde mi experiencia como madre suicida (si, por ahí hay una columna donde lo cuento) puede ser literalmente cualquier cosa.
La gota que derrama el vaso es bastante fortuita.
Todas esas cargas, esas ausencias, esas injusticias, esas noches en vela, esa tristeza, esa angustia, esa depresión y ansiedad no diagnosticadas, esa soledad, esa precariedad.
Todos esos sueños que por más que te esfuerzas no puedes materializar para tus hijos. Todo eso, al final. Te aplasta.
Exigimos justicia para Brenda y sus hijas.
Indemnización para ellas. Cárcel a su deudor alimenticio. Exigimos que el Estado deje de vernos como casos aislados.
Las madres estamos, todos los días, luchando contra las ganas de morirnos, porque la vida que nos “provee” el Estado está para mejor morirse y no intentarlo nunca.
¿Dónde están los trabajos bien pagados con horarios adecuados para criar?
¿Dónde las pensiones justas? ¿Dónde los castigos para quienes no las proveen?
¿Dónde un salario universal básico para garantizar la vida digna a todas las cuidadoras?
¿Dónde está la justicia en este país?
Con las madres no, al menos no todavía, no hasta que se las arranquemos a la fuerza.