A quienes aún buscan a sus muertos
En su libro El paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda, Liao Yiwu retrata una asombrosa diversidad de actividades laborales, las cuales van desde los dolientes profesionales, saqueadores de tumbas, adivinos, limpiadores de baños públicos, espiritistas, embalsamadores, hasta los llamados paseantes de cadáveres. De todas, esta última me parece la más peculiar.
Los paseantes de cadáveres eran personas que trabajaban en pareja turnándose el sitio para fungir como guía y cargador del muerto. Aprovechando la rigidez del cadáver y las bajas temperaturas de las montañas y montes chinos, el cargador, cubierto por la larga túnica negra, subía al difunto sobre sus hombros y hacía el recorrido siguiendo todas y cada una de las instrucciones del que hacía las veces de guía.
La tarea no resultaría tan sorprendente si la cuestión fuera solo cargar al muerto. La actividad se vuelve asombrosa cuando algunos registros refieren que algunos paseantes de cadáveres recorrían en la clandestinidad más de tres mil kilómetros para llevar al difunto a su lugar de origen y última morada. Y mientras esta práctica de la China rural desapareció, en México hay una que mantiene cierta similitud.
Guiadas por un GPS, las ramas quebradas, los vestigios de una fogata en medio de la nada o un montículo de piedras, cientos y cientos de personas deambulan por los montes de Guerrero, Sinaloa, Veracruz, Michoacán, Tamaulipas y Coahuila, buscando sin túnicas ni farolillos a sus familiares perdidos.
Las Rastreadoras o el Colectivo Solecito son solo dos de los muchos grupos de mujeres que, ante la pasividad e ineficacia de nuestras autoridades, tratan desesperadamente de encontrar a sus muertos para llevarlos hasta ese lugar donde puedan reposar sus restos en paz.
En este sentido, las tradiciones no cambian mucho. Chinos y mexicanos desean que sus difuntos tengan una sepultura digna. Lo que cambia es el contexto por el cual salen los deudos a buscar a sus muertos. En China fue la pobreza y las condiciones que rodeaban la vida rural, las que obligaban a recurrir a los servicios de un paseante de cadáveres. En México es la impunidad y la desesperación las que empujan a las mujeres a aventurarse en un paseo que contiene una ingrata esperanza: encontrar los restos mortales de ese ser querido que desapareció un día sin dejar huella.