Ética olfativa

Monterrey /

El pasado 27 de noviembre, Amelia Marie Loukus publicó un mensaje en equis que decía lo siguiente: “Estoy encantada de poder decir que aprobé mi ‘viva’ sin correcciones y que estoy oficialmente doctorada”. El post dejó de ser uno entre miles de millones, por el título de su tesis: “Ética olfativa. La política del olfato en la prosa moderna y contemporánea”.

Los más de 24 millones de comentarios generados no orbitaron sobre el hecho de que el documento final “no tuvo correcciones”, sino sobre el qué y para qué de un trabajo que los haters consideraron que “no tiene ningún valor”, porque es “un desperdicio completamente ridículo de recursos, tiempo y energía”.

¿Hasta dónde los millones de comentarios, realmente, estuvieron desencaminados? ¿Vale la pena invertir cinco años para dar con el qué de la relación entre ética y olfato? ¿En verdad la ética tiene algo qué decir al respecto o Loukus está tan mafufa como el título de su tesis? ¿No es un asunto de otorrinos y no de filósofos?

En una sociedad de mercado (como la nuestra), la tesis de Loukus sirve para un carajo, porque lo útil tiene que ver con aquello que “sirve para algo”: generar rentabilidad, aumentar la productividad, ahorrar esfuerzo, ganar un cachito de mercado, tener confort, etcétera. Visto así, orar, contemplar un paisaje, leer poesía o dedicar varias tardes a armar un rompecabezas de cinco mil piezas son actividades completamente irrelevantes porque “no producen nada”, tal como sucede con las matemáticas discretas o los estudios que muchos físicos y astrónomos realizan sin tener claro lo que obtendrán aun y cuando dediquen su vida a ello.

Estoy convencido que la Universidad de Cambridge no chafeó al entregar este doctorado a Amelia Marie Loukus, ya que, como ella misma señala en su tesis, el trabajo se dirige a un sector de la academia interesado en conocer la manera en que el mundo social se estructura a partir de nuestro espectro olfativo.

En ese sentido, su investigación me parece tremendamente útil, porque hoy más que nunca es fundamentalactivar nuestro olfato para descubrir la injusticia, seguir la estela de la solidaridad, dejarnos embriagar por la fragancia del respeto, embelesarnos ante el suave bálsamo de la compasión, extasiarnos ante la fragancia de la libertad.

Si a todo ello ayuda la ética olfativa, ¡bienvenida sea!


  • Pablo Ayala Enríquez
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