Juego limpio

Monterrey /

Hace muchos años participaba en cuanta carrera se me atravesaba, siempre y cuando no fuera un maratón.

Un sábado de tantos acordé con un amigo “rodar” un par de horas para mejorar la condición. Transcurrida la primera, aceleró el paso. Seguí su ritmo, pero no pude continuar con la conversación. Al ver que yo mantenía el paso, aumentó la velocidad. A los diez minutos me desfondé. No te preocupes, caminemos, el punto es no parar –me dijo–.

Le pregunté si tenía alguna técnica o un secreto para hablar y correr y verse tan fresco como lechuga. Ni una, ni otro –respondió–. Tengo una condición congénita que provoca que mi corazón no palpite excesivamente, aun y cuando lo sobrecargue corriendo. Esta condición jugaba a su favor, aunque fuera involuntaria. Sabiendo esto, después administré con cuidado mis conversaciones durante las corridas, para no morir en el intento.

Traigo a cuento esta anécdota, porque algo así sucedió con el caso de la boxeadora argelina Imane Khelif, quien de un volado al rostro dejó en claro a su contrincante italiana que lo prudente era abandonar la pelea antes de concluir el primer round. Habiendo sido en el contexto de los Juegos Olímpicos, Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, alegó que el resultado era inaceptable porque las boxeadoras “no estaban en igualdad de condiciones”.

Visto desde una perspectiva física, Meloni está en lo correcto, porque Imane Khelif es hiperandrógina, lo cual provoca que de manera natural genere niveles de testosterona similares a los de un hombre.

Vista desde una perspectiva ética, la situación resulta diferente. Khelif no rompió las reglas impuestas por el Comité Olímpico Internacional, ya que cumplió con los criterios de elegibilidad impuestos para poder participar en la competencia. Otra cosa hubiera sido si Khelif fuera una mujer trans que se coló a la competencia, fingiendo haber nacido mujer. Su fuerza le viene dada de nacimiento, como le vino la voz a un tenor, la altura a un basquetbolista profesional o la flexibilidad a un contorsionista del Solei.

Vale decir que no le picó los ojos, o traía algo metido en el guante para dañarla, o la maldijo, escupió, empujó o pateó. Peleó limpio aprovechando su condición genética.

Si esto último es el pero, me parece, habrá que discutirlo desde criterios éticos, y no desde la fobia e intolerancia que leemos en las redes.


  • Pablo Ayala Enríquez
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