Minimisses

Monterrey /

Soy la mánager

-Disculpe, ¿están celebrando quinceañeras o vienen a un concurso? Lo pregunto por las bandas que traen puestas. Aquella chica tiene una que dice “Pettite”, y esta que acaba de pasar dice “Puerto Rico”.

–Todas son concursantes del Miss Teen América. ¿Ve a la chica del topcito fucsia? –apuntando con su larguísimo dedo–; la rubiecita.

–¿La que está de espaldas en la mesa al lado de la fruta?

–¡Exacto!, ella es Miss Teen Colombia.

–¿Y tú a qué país representas?

–No, yo no represento a ninguno –esbozando una sonrisa orgullosa–, yo soy la mánager.

El cocinero

–Por favor, deme solo un huevo revuelto con sal y pimienta; no le ponga verdura.

–Con gusto. ¿Le agrego queso, jamón o tocino?

–Nada, solo huevo. Así está muy bien.

Miss Teen Guatemala

–¿Cuándo es el concurso?

–Pasado mañana.

–¿Estás nerviosa?

–Un poquito. Pero, en general, bien –esbozando una sonrisa cien mil veces practicada–.

–¿Qué se lleva la ganadora del certamen?

–Solo productos, nada de dinero.

–¿Solo productos?

–Bueno, también la experiencia y la oportunidad de que te vean para que puedas participar en otros concursos.

–¿Miss Universo?

–Estamos preparándonos para ello.

Aún no logro digerir lo que presencié en el comedor del hotel. Durante tres días vi desfilar a niñas custodiadas por sus madres y mánagers, con un mismo objetivo. Aunque las reglas del certamen cambiaron –ahora se admiten “curvy adolescentes” y “plus size”–, el patrón se repite: niñas extremadamente delgadas, impostadas, producidas al extremo para esconder su terca adolescencia y sin ningún remilgo para exhibir sus atributos físicos, aunque sus 13, 14 y 15 años se resistieran a ello.

–¿Usted siempre la acompaña?–, pregunté a la madre de una niña norteamericana de ascendencia latina.

–Siempre. Una debe estar al pendiente, porque son menores de edad. Llegará el momento en que pueda moverse sola.

–Si sigue participando–, afirmé.

–Mientras esto sea una mejor posibilidad que un trabajo mal pagado, seguirá en ello.

Estuve a punto de preguntarle sobre la paradoja entre el empoderamiento y la cosificación de la mujer, pero su profundo convencimiento me llevó a callar. 

  • Pablo Ayala Enríquez
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