Ya no es como antes

Monterrey /

Aún lo recuerdo como si fuera ayer. Iban a ser las tres de la tarde cuando llegamos a una casa desteñida de adobe, perdida en la espesura de un monte infinito. Cruzamos la sala y salimos a un larguísimo corredor que conectaba con un patio donde sobresalían 30 mesas vestidas con un mantel blanquísimo, rodeadas por sillas que no podían ocultar el exceso de festejos. La forzada elegancia me pareció surrealista.

Mi primo y yo nos ubicamos en la que declaramos sería nuestra mesa. Con la certeza de que no podríamos regresar a Los Mochis –a menos que nos abdujera un ovni– entre bostezos vimos pasar los minutos. Después del quinto intento, mi tía accedió: “Está bien, váyanse un rato, pero en una hora y media los quiero aquí”.

Sería un viaje inútil, pero nos fuimos, porque era mucho mejor platicar en la carretera que en la esquina de un patio de una casa refundida en la nada. Regresamos a las tres horas. El escenario fue completamente diferente. El frente de la casa estaba repleto de suburbans, ramchargers, broncos, lobos, cheyennes y cherokees. No recuerdo cuántas camionetas había, lo único que sé es que en ese momento no me cupieron en los ojos.

Ocupamos los únicos dos espacios disponibles en todas las mesas. Whisky en mano, comencé la conversación con un señor muy amable que tenía un marcado acento sierreño. Me contó de sus vacas, lo que sembraba y de lo honrado que se sentía por ser compadre del Ceja Güera. “¿Y por qué no se lo trajo?”, –pregunté–. “Está enfrente de ti”, –me dijo–. Vi al compadre a los ojos y me saludó con un movimiento de cabeza.

“Anda mudo, porque está muy encabronado. Esta mañana los pelones le echaron bala a su gente. Nomás vino al bautismo pa’ quitarse la muina”. Sin lograr ocultar mi juvenil tontera, pregunté que si era narco. “Sí, pero de los buenos. Este sí respeta. Se arregla en la sierra o en el monte, nunca baja a Los Mochis a hacerla de pedo. Ahora todo está cambiando, ya no es como antes”, –me contestó–. “¿Y cómo era antes?”, –insistí–. “Derecho, sin meterse con la gente que ni la debe ni la teme”.

Visto lo visto, el compadre del Ceja Güera tenía razón. Las cosas entre narco y ciudadanía ya no son como antes.


  • Pablo Ayala Enríquez
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