La autora recuerda al escritor argentino Manuel Puig, exiliado en México en los años 70, quien se identificó con su padre: “Toda la última producción de José Alfredo Jiménez me deslumbró totalmente, me parece un gran músico y un gran poeta”
Hay una historia que se ha contado muy poco y a mí me parece que, además de ser de interés general, habla de la personalidad de uno de los grandes escritores argentinos que tuvo que exiliarse en México en los años 70. Intentaré narrar los hechos como a mí me los contaron, pues yo no tuve la suerte de encontrarme con Manuel Puig.
Conocí a la doctora Graciela Goldchluk durante un congreso en Leiden, Holanda. Ella vino a nuestro país cuando, al fallecer Puig, la comisionaron para rescatar su archivo. De esta manera y después del arduo trabajo, escribió su tesis doctoral sobre esos hallazgos, titulándola El diálogo interrumpido: marcas de exilio en los manuscritos mexicanos de Manuel Puig, 1974-1978.
Tal vez algunos de ustedes recordarán que durante la década de los 70 había un programa de televisión que, desde su limitado y personal juicio, se permitía romper frente a las cámaras los discos que consideraban de mal gusto o con alguna característica ofensiva que debieran ser censurados. A Manuel, en sus primeros días de expatriado, le tocó ver al conductor de la emisión (anoto que duraba todo el día transmitiendo distintos segmentos culturales), romper el LP que contenía la canción “El rey”. De inmediato, a través de una llamada telefónica, Puig desaprobó públicamente la actitud del locutor, afirmando que estaba insultando a uno de los más grandes compositores de México, quien había fallecido apenas unos meses atrás y ya no podía defenderse de ese agravio. José Alfredo había muerto el 23 de noviembre de 1973.
Lo interesante, desde mi punto de vista, es darnos cuenta de cómo ese hecho desagradable permite que Puig comience a identificarse con México y su música. Fue un momento significativo, ya que distintos artistas grabaron homenajes dedicados a mi padre en diferentes ritmos y versiones.
En su tesis, Goldchluk señala: “El recorrido de Puig, que comienza investigando películas y termina copiando boleros, habla del encuentro con una verdad, esa que el escritor puede encontrar únicamente en los melodramas mexicanos y no en los sofisticados productos de Hollywood, a los que ama por diferentes razones”. A mí me hace comprender que, en verdad, Manuel creó un vínculo con México y en particular con las canciones de José Alfredo.
Hizo grandes amigos, entre ellos, dos muy importantes: Lucha Villa y Carmen Salinas. La convivencia con los actores, actrices, cantantes y músicos lo introdujo en el ambiente de glamour que a él tanto le gustaba. Se identificó a tal grado con José Alfredo y sus canciones que decidió escribir la comedia musical que tituló Amor del bueno, extraído de la primera estrofa de “Un mundo raro”: “Cuando te hablen de amor y de ilusiones y te ofrezcan un sol y un cielo entero, si te acuerdas de mí, no me menciones, porque vas a sentir amor del bueno…”.
Puig lo declara de esta manera: “Yo como autor desaparezco, mi estilo no importa […] Lo que he hecho es buscar una estructura teatral que sirva de apoyo a las canciones, las cuales van a resultar el núcleo poético de la obra […]Toda la última producción de José Alfredo Jiménez me deslumbró totalmente, me parece un gran músico y un gran poeta. Me llamó la atención el potencial poético que tiene cada una de sus canciones”.
Para mí son muy conmovedoras y significativas estas palabras de Puig, el escritor en el exilio se identificó y se mimetizó con nuestra cultura. Por su parte, la doctora Goldchluk afirma: “Esta historia de amor desmesurado es al mismo tiempo una historia de buen amor entre Manuel Puig y México. Pero, como todo melodrama, la fatalidad se interpuso postergando indefinidamente la representación y extraviando alguna versión del texto que se perdió entre las manos de los productores y de sus amigos, lectores privilegiados”.
Debido a ciertos caprichos y algunas veleidades que surgen entre divas y galanes del ambiente artístico, no se logró llegar a un acuerdo que permitiera llevar la comedia musical al teatro. Sin embargo, tuve la oportunidad de asistir a la puesta en escena que se realizó en General Villegas, Argentina, pueblo natal de Puig, en el año 2014, en el marco de los homenajes al escritor que acostumbran celebrar cada dos años.
El formato de dichas conmemoraciones tiene como referencia la elección de una de sus obras; entonces, alrededor de ese tema se realizan distintos eventos en los que la gente del pueblo participa. Es algo muy particular, pues la comunidad se vuelca en torno a su festejado elaborando desde pequeñas manifestaciones que realizan los niños, hasta puestas en escena como la que a mí me tocó presenciar, en la que participaron, guiados por la maestra de teatro, tanto alumnos de la preparatoria como ciudadanos de distintas edades. Algunos como actores, otros en la escenografía, coreografía, iluminación, realización de vestuario, decoración, preparación de platillos gastronómicos, etcétera.
Para mí, participar en estos festejos resultó una experiencia extraordinaria. Tuve la oportunidad de presentar en la sala de cine, en donde Puig desde niño veía las películas acompañado de su mamá, una semblanza de mi padre y hablar un poco de sus canciones, así como de la importancia de su obra en el mundo latinoamericano y en el marco de la cinematografía de su época. Hubo muchos detalles durante los tres días que ahí vivimos, pero necesitaría varías páginas para describirlos.
A manera de colofón, les dejo, queridos lectores, un playlist de las canciones que Manuel Puig incluyó en Amor del bueno, algunas fotografías y estos títulos de sus novelas: Boquitas pintadas, La traición de Rita Hayworth, El beso de la mujer araña…
*Doctora en Letras Hispánicas braulio montes