El pasado 28 de octubre, Blomberg Original Leaders publicó un artículo de Karoline Kan cuyo título resume su contenido: “China traspasa los límites con pruebas en animales para ganar la carrera biotecnológica mundial”. El artículo, que aquí comentaré, explica en qué medida la ausencia de normas éticas para experimentar con animales, le ha dado a China una considerable ventaja sobre los países europeos o norteamericanos, en donde sí existen normas éticas para el cuidado de los animales.
De acuerdo a Kan, el brutal avance de China en esta área responde a la ambición del presidente Xi Jinping, quién ha llevado a cabo una campaña para hacer de China una superpotencia biotecnológica. De modo que ahora en ese país se experimenta con primates, perros, cerdos o ratones por igual. Han creado simios con esquizofrenia, con autismo o con problemas de insomnio y también los usan para implantarles diversas enfermedades, supuestamente para buscar su cura.
Para respaldar el trabajo de estos científicos, no sólo existe una permisibilidad vergonzosa: de acuerdo con Kan, existe también una muy buena cantidad de dinero. En 2023, el gobierno otorgó 3000 millones de dólares a los estudios sobre biotecnología y se prevé que sus ventas de terapias celulares y genéticas, alcancen los 2000 millones de dólares para 2033, frente a los 300 millones de dólares del año pasado.
Actualmente, China cuenta con animales grandes o pequeños genéticamente modificados, producidos con fines de investigación científica: perros o primates clonados con enfermedades metabólicas, neurológicas o genéticamente editados con trastornos de coagulación sanguínea. Todo esto implica un beneficio económico enorme, si tomamos en cuenta que el mercado global requiere cada vez más animales genéticamente modificados para sus investigaciones biomédicas y que ahora, con la llegada de la técnica de edición genética CRISPR, la experimentación en edición genética ha tenido un verdadero boom.
No hace falta preguntarnos si esto es éticamente válido: a todas luces no lo es. Kan menciona que activistas en contra de las pruebas en animales han logrado cerrar laboratorios o incluso han obligado a aerolíneas a detener el transporte de primates. Pero China, sin leyes para experimentación o modificación genética en animales, argumenta que la defensa de los animales no es más que la “importación de valores occidentales”. Esto es: el valor de la vida animal, es cosa de Occidente. ¿Cómo pensar en legislar éticamente el uso de animales, cuando ni siquiera se reconocen los valores más elementales para una vida ética?
En ese medio tan permisivo necesariamente se desdibuja toda ética: en 2018, científicos chinos editaron el DNA de embriones humanos. Si se hace en primates, ¿por qué no en humanos? El escándalo acabó con los científicos encarcelados, pero permitió ver cómo la ambición de algunos científicos puede sobrepasar toda norma ética. No todo lo que puede llegar a beneficiar al ser humano, es éticamente válido.
Los avances de la IA y la biogenética, corren a una velocidad inimaginable y están destinados a cambiar el mundo más de lo que cambió con el dominio del fuego o el descubrimiento de la electricidad. ¿Cómo legislarlos cuando los políticos ni siquiera se dan cuenta de las repercusiones que sus propuestas tendrán para la vida inmediata y continúan tomando decisiones cortoplacistas y pragmáticas con fines exclusivamente económicos?
La humanidad está jugando al aprendiz de brujo y ya desde 1798 Goethe dejó claro qué sucede cuando esa magia se revierte en contra del ser humano: no es posible detenerla.
Goethe hizo ver en su balada, lo importante que es la sabiduría para emplear los avances tecnológicos: sin ella, solo se puede esperar el desastre. Sin la responsabilidad necesaria y con la absurda ambición por ser el número uno en la ciencia, se rompen las reglas y se pierde el control: está sucediendo.
A falta de la sensibilidad elemental, al quehacer científico le urgen normas éticas.