Tan solo en Latinoamérica, Ecuador, Honduras, Argentina, Panamá, Costa Rica, Brasil, Nicaragua, Chile, Bolivia habían tenido mujeres en la presidencia. Yo me preguntaba hasta cuándo sería el turno de México. No creí vivir para presenciar este momento y vaya que no es cualquier mujer. No es la esposa de alguien ni es una advenediza: es una señora doctora en ciencias que se paró en sus propios pies y luchó, sin perder rumbo, por lo que quería en la vida: un país más justo.
Cómo recuerdo una fotografía periodística en la que aparecen todos los hombres de AMLO juntos, sonrientes, y Claudia Sheinbaum sola, aparte del resto. Quizá no fue más que una casualidad, una foto entre tantas, quizá no represente nada de lo que ahí ocurría, pero yo no pude evitar una punzada de enojo al verlos juntos, bromeando, y ella del otro lado sola, viendo al grupo. Aquí soy yo la que se proyecta, lo sé. No quiero decir que por ser mujer sus propios colegas la hicieran a un lado. Pero tampoco me sorprendería si así hubiese sido. Para mí, Morena era un bloque y yo me mantenía en absoluta ignorancia en torno a las pugnas internas que pudieran existir. Pero esa foto me hizo sentir que, quizá por ser mujer, aun en un partido como Morena, a una mujer le costara el doble de trabajo llegar a cualquier lugar: el doble de trabajo. Y resulta que llegó.
Imaginemos pues lo que esta mujer ha trabajado para estar ahí, y no me refiero solamente a su formación profesional en la UNAM y fuera del país, sino a su formación activa en la política. Esta viene de muy lejos y deja ver una mujer muy valiente. Por ahí anda un video en el cual ella, siendo estudiante de la UNAM, de manera respetuosa pero firme, enfrenta a una multitud de estudiantes diciendo: “En primer lugar, compañeros, absoluto silencio y respeto. En segundo, no caigamos en provocaciones. En tercer lugar, pido a los compañeros del CEU que están en esta ala que abran una valla para el momento en que tengan que pasar los compañeros de la comisión: que tengan mucho respeto, les pedimos a los compañeros que vienen aquí y a los compañeros de derecho que traen estas cartulinas, a que mantengan el suficiente respeto que nosotros les hemos dado”.
Se necesitan los suficientes tamaños para pronunciar estas palabras enfrente de una comunidad de estudiantes enardecidos, entre los que seguramente se incluían porros, y hacerlo con esa determinación radical, pero respetuosa a la vez. ¿Qué defendía entonces nuestra inminente presidenta? Que la UNAM se mantuviera pública y gratuita: el entonces rector, Barnés de Castro, pretendió imponer colegiaturas, lo que hubiera puesto fin a la movilidad social que resguarda la gratuidad de la educación superior en nuestro país: no era cualquier lucha.
Claudia se deslindó de muchos actores de ese mismo movimiento que no conservaron su integridad: ella siguió su propio camino, desde mi perspectiva, intachable. Ahora esa mujer será nuestra presidenta.
Es un privilegio asistir a este momento en la historia de nuestro país.