Entre las vetustas ruinas del imperio romano sobresale el Coliseo, maravilla arquitectónica y símbolo de la ciudad. Imposible saber cuántos murieron ahí, pero es un hecho que fue un lugar para regocijarse en la crueldad: humanos, osos, elefantes, leones, cocodrilos, hienas, cabras, miles y miles de animales que fueron raptados de sus hábitats naturales para encontrarse ante 70,000 “espectadores” deseosos de sentir el terror de una muerte brutal, violenta, impensable.
Con toda razón, Nietzsche creyó que somos un animal cruel. Pero al civilizarnos, consideró, la tendencia a la crueldad no murió: sólo se refinó. Así, ésta triunfó a través de las ideas más crueles, de las cuales el ser humano aprendió a vivir sufriendo y a asumirse como un ser en culpa por su pensamiento, palabra, obra u omisión. El refinamiento máximo de la crueldad, consistió en considerar que se es culpable o “pecador”, por el solo hecho de haber nacido y que se tiene una deuda impagable con Dios; tan impagable que ni con la vida ni con la muerte podría quedar saldada: sólo el tormento y el sacrificio del hijo divino, podría lograrlo.
¿Cómo acabar con la crueldad? Los griegos lo lograron, consideró Nietzsche, transfigurándola en arte, ciencia, belleza. En ese sentido él nunca pretendió justificar la crueldad, sino mostrarla y explicarla para hacerla visible. Al igual que el imperio romano se fundamentó sobre la miseria de millones de seres, hoy las grandes sociedades imperialistas, al igual que los grandes imperios económicos, se sostienen de manera más sutil sobre la miseria de millones de seres: en ambos casos, el abuso es crueldad refinada.
Asumir que como seres humanos tenemos esa tendencia a la crueldad, puede conducir a una sociedad mejor, al poner al individuo en guardia ante ella. Las formas de la crueldad van desde la matanza de un ser sintiente en un Coliseo, hasta el nazismo y los tan temibles neonazismos que hoy amenazan al mundo, o la esclavitud que hoy se disfraza por igual con peones migrantes sin salarios dignos o empleadas domésticas mal pagadas y sin seguro social.
Dos son los extremos de la existencia: la em-patía y la a-patía. Una conduce al respeto y al amor, otra al desinterés. En Los ojos del hermano eterno Stefan Zweig presentó la lucha que atraviesa quien desea llegar a la no-crueldad en su más radical expresión: ese fue también el tormento de Van Gogh.
Respetar y amar la vida o ignorarla y destruirla: esa es la encrucijada sobre la que se cimenta la humana existencia.