La enfermedad de nuestra modernidad, el signo de nuestro tiempo, es la depresión. Lo que caracteriza a esta época (la vida en las grandes ciudades) parece haber albergado este feo bicho. Las ciudades contemporáneas han sido tocadas y trastornadas por la tecnología moderna, la cual sin duda ha hecho nuestras vidas más funcionales, pero también ha impuesto su criterio de funcionalidad a la vida misma y, con ello, su criterio del éxito. ¿Qué es el éxito y la finalidad de todo ente, humano o no? Funcionar, y funcionar bien.
Junto con esa tecnologización de la vida y la aceptación de su criterio de funcionalidad, hemos heredado un constante y creciente alejamiento de la naturaleza. Cabe pues preguntarnos si no este alejamiento tiene algo que ver con la pandemia de la depresión. De ser así, la forma en qué curarla en nuestra sociedad, es por lo menos, ridícula. Nos hemos encerrado en ciudades grises, de fierro y concreto, y cuando el cuerpo añora la vida natural, en lugar de regresar a ella, tomamos una pastilla para que nuestro cerebro acepte vivir y ser funcional en una forma de vida que lo enferma.
Lo anterior equivale a curar la capa más externa de una enfermedad. Un antidepresivo es funcional, sin lugar a dudas, pero lo que verdaderamente se requeriría sería cambiar las condiciones que ocasionan la depresión. Hacerlo es extremadamente difícil, por eso optamos por una medicina que haga que el cerebro, por ejemplo, capture serotonina, para poder seguir viviendo un ritmo de vida que enferma: curamos al individuo para hacerlo funcional, pero no atendemos las verdaderas causas que le han lastimado.
Todo esto es comprensible porque en nuestras sociedades, para vivir, el individuo requiere funcionar. Requiere llegar al trabajo, para producir monedas y tickets que comprarán el bienestar propio y el de su familia. Si no funciona, no obtiene esas monedas y esos tickets que comprarán ese supuesto bienestar. El sistema no ha funcionado: ha creado seres tan disfuncionales como infelices, que por medios artificiales buscan la mera funcionalidad.
¿Existe otra salida? Quizá es tal la fuerza con la que nos absorbe el sistema que no nos permite siquiera la posibilidad de pensar en otra salida. Si el tratamiento contemporáneo de las enfermedades mentales ha sido un avance o una mera mecanización de la enfermedad, es algo que aún queda por verse.
Es muy lejano ya el eco de esa vida retirada, que huye del mundanal ruido para seguir la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido.
Inmerso en enormes ciudades de concreto, el cuerpo añora la naturaleza. Pero con un antidepresivo diario puede funcionar como un pedazo más de fierro y concreto.