Los niños sin palabras

Ciudad de México /

Una mañana fría, entre los árboles húmedos del bosque de Aveyron, apareció un muchacho delgado cubierto por harapos. Cuando los habitantes del pueblo se acercaban, el jovencito huía con movimientos ágiles y tensos, como los de un animal que teme la presencia humana. Cuando lograron retenerlo, lo llevaron al pueblo de Aveyron y luego a París, para ser estudiado. El pequeño, que se expresaba con sonidos guturales, más tarde fue conocido como “el niño salvaje de Aveyron”, en el cual François Truffaut basó su película de 1970.

Pasó más de un siglo para volver a conocer de manera tan fidedigna casos semejantes. En 1970, se supo que Genie Wiley había vivido desde que tenía uno o dos años en un cuarto oscuro, amarrada por su propio padre a una silla o a la pata de una cama. Cuando fue encontrada, tenía 13 años: la niña nunca logró desarrollar sintaxis alguna.

Ha habido otros casos. Uno de los más difundidos a través de videos y fotografías data de 1991; Oxana Malaya, niña ucraniana que desde los tres hasta los ocho años se refugió en un cobertizo con perros que compartieron con ella su comida, la protegieron del frío y le dieron compañía. Este caso ha impactado porque en los videos, la conocida como “la niña perro”, en efecto ladra, brinca, corre y ataca como lo hace cualquier perro.

Los niños salvajes, también conocidos como “niños ferales”, son prueba fehaciente de nuestra condición animal. Los animales nacemos como un conjunto de posibilidades que pueden realizarse o no: todo radica en la educación recibida. Las posibilidades humanas son sin duda mucho más notables que las de cualquier otro animal y lo son por el desarrollo del lenguaje, para el cual resultan fundamentales los primeros años de vida.

Los seres humanos no “tenemos” un lenguaje: habitamos en él, nuestra forma de ser en el mundo se da a través del lenguaje pensado, escrito, soñado, expresado con señas, con signos, como sea: el lenguaje es la textura de nuestras vidas.

Todos nacemos, en palabras de Heidegger, como “un haz de posibilidades”: es la educación la que las realiza y lo hace a través del lenguaje.

Educar, es hacer nacer las posibilidades que nos habitan.


  • Paulina Rivero Weber
  • paulinagrw@yahoo.com
  • Es licenciada, maestra y doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus líneas de investigación se centran en temas de Ética y Bioética, en particular en los pensamientos de los griegos antiguos, así como de Spinoza, Nietzsche, Heidegger.
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