Durante el siglo V de la era cristiana el Imperio Romano se vio envuelto en diversas crisis, que finalmente, en el 476 culminaron con la caída de su parte occidental. El imperio en oriente duró mucho más, hasta el siglo XV, cuando Constantinopla cayó en manos de los turcos en 1453.
La importante ciudad de Alejandría pertenecía a la parte oriental del Imperio Romano y de esa ciudad fue obispo san Cirilo de Alejandría, de quien se desconoce la fecha de nacimiento, pero que murió en el 444. Como referencia podemos recordar que san Agustín de Hipona había muerto en el 430, en África, pero en la parte occidental del imperio, en los tiempos de las invasiones de los vándalos por aquella zona.
Las obras de Cirilo comentan las Sagradas Escrituras o tratan de temas dogmáticos, además de cartas y sermones que de él se conservan. En el campo social se muestra moderado, es decir, su lenguaje es más tranquilo que, por ejemplo, el de Juan Crisóstomo, pero sus ideas, como las de otros muchos autores cristianos de ese tiempo, denominados “Padres de la Iglesia”, no dejan de remarcar el tema de las riquezas como bienes que se poseen para su recta administración y que tienen un uso o destino común.
Habla pues del sentido social de la propiedad y de la necesidad de la comunicación de ellos en favor de todos. No es que proponga un colectivismo o comunismo, como algunos por ahí malinterpretan, ya que supone el derecho de propiedad, sobre el que basan su exhortación a buscar el beneficio común, pero es claro que lo que hoy llamamos “destino universal de los bienes” lo tenía verdaderamente en el corazón como punto clave para la vida cristiana y para la vida social.
Cirilo pide que “seamos, pues, fieles en esta riqueza terrena, que lo poco, y hasta mínima y nada, puesto que es escurridiza, y no nos apropiemos de lo que nos ha sido dado para común provecho de nuestros hermanos, pues haríamos así inicua la riqueza por el hecho de retenerla, siendo, como es, ajena. Y es cosa ajena, primero porque nada nos trajimos al mundo y, segundo, porque pertenece realmente a los pobres. De este modo se nos confiará lo nuestro, la riqueza divina y celeste, la verdadera y permanente”.
La idea no es la de negar la licitud de la propiedad, sino la de mostrar la finalidad que la propiedad implica. Cuando dice “no nos apropiemos” se está refiriendo al uso, porque la finalidad de lo que poseemos no se agota en nosotros, sino en el servicio que podemos dar a los demás, especialmente a los pobres.
Pedro Miguel Funes Díaz