De modo general se entiende por democracia el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce a través de sus representantes o por algún medio establecido para casos determinados. Las democracias suelen basarse, para escoger a quienes asumirán cargos públicos, en elecciones en las que el candidato que logre la mayoría es designado para el puesto de que se trate.
Estoy hablando en términos generales, porque no se trata ahora de profundizar el tema de la democracia, sino de hacer notar ciertos problemas que podemos encontrar en la actualidad, aunque la historia nos muestra que estas dificultades han existido en el pasado.
Los movimientos que adoptan ciertas ideologías, al margen de cualquier votación, se atribuyen con vehemencia la representación del pueblo. De este modo, por ejemplo en el nacional socialismo, el pueblo se identificaba racialmente, lo mismo que sus enemigos y, aunque llegaron al poder por votaciones, eso era para ellos meramente circunstancial; lo que determinaba todo era el ideal del partido, que debía ponerse por obra. Lo mismo dígase del socialismo comunista, donde el criterio último era la clase social e, igualmente, las votaciones no constituían un criterio, sino el poner por obra el proyecto según lo establecía el partido.
Es cierto que la democracia no se limita a la cuestión de que participen los ciudadanos en elecciones, sino que exige hacerlo también en la vida social, procurando aportar al bien común, en el respeto de la dignidad humana. Pero es claro que la tentación del poder, alimentada por odios y prejuicios ideológicos, lleva al establecimiento de tiranías que impiden a los ciudadanos y a la sociedad expresar cualquier opinión discordante. Esto se debe a que elementos claves de la verdadera democracia son la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión, en función de un diálogo social constructivo que ayude a generar procesos de justicia y de paz.
Las estrategias y acciones encaminadas a cambiar con trampas e ilícitos los resultados de una elección son ciertamente reprobables, pero los que se posicionan con radicalidad en ideologías como las mencionadas confían en que, a pesar de los ilícitos usados como medio, al paso del tiempo, exterminados sus presuntos enemigos, el pueblo será como ellos lo imaginan.
Lógicamente quienes pierden en estos casos son aquellos que forman verdaderamente el conjunto del pueblo. Como quiera que sea, la respuesta a estas tendencias es hoy por hoy la participación.
Pedro Miguel Funes Díaz