Juan Pablo II compendia en tres apartados las aportaciones sociales desde el punto de vista de las enseñanzas sociales que se podían esperar de la Iglesia, a saber, los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción. Sobre principios y criterios se puede captar con cierta facilidad que se trata de cuestiones éticas o morales de importancia, como la dignidad humana, la solidaridad, la familia, el trabajo y otras áreas más. Es interesante notar también el aspecto práctico que implica todo lo que se halla bajo la categoría "directrices de acción".
Las directrices se hallan también en el campo moral y teológico-filosófico de los principios y criterios, pero denotan con mayor claridad la dimensión práctica propia de la vida social. Con todo, no se ha de esperar que esos criterios sean una especie de instructivo con el que solucionar los problemas que aquejan la sociedad.
A mi parecer las directrices consisten ante todo en indicaciones para los obispos y sus colaboradores, por un lado, y a los fieles laicos por otro. Para los primeros se halla ante todo la necesidad de una acción pastoral que no descuide el ámbito social y que se preocupe de la inculturación del mensaje cristiano, la formación y el diálogo. Para los laicos las directrices se enfocan a la espiritualidad y la prudencia, al trabajo en colaboración con los demás y al servicio en los diversos campos de la vida social.
Como puede apreciarse ya desde esta consideración general, estas directrices no son instrucciones técnicas de orden político o económico. Por esta razón, no excluyen, sino que suponen que cada cual conozca y se capacite en los campos en que deba desarrollarse y se determine en ellos con la libertad que corresponde. Pongamos, por ejemplo, un médico. Las directrices le piden llevar una vida espiritual, colaborar con los demás, prestar sus servicios con generosidad en lo que toca a la salud; pero eso no excluyen, sino que exigen que se prepare bien, que estudie anatomía, fisiología y otras muchas disciplinas para poder tomar determinaciones adecuadas. Lo mismo vale para quien actúe en el ámbito económico, político, cultural.
Los cristianos y los hombres de buena voluntad de nuestros días, para tomar un rumbo de verdadero desarrollo, necesitamos directrices de acción a nivel profundo y humano, y no solamente en los niveles técnicos y científicos. Estas directrices no son propiedad de un individuo o de varios, pues derivan de lo que somos como seres humanos y, para los creyentes, de la luz que viene de lo alto.