La ética es una de las dimensiones fundamentales de la vida tanto individual como socialmente. En cuanto disciplina de estudio, su objeto son las vivencias humanas libres, susceptibles al juicio moral. De tales vivencias es posible encontrar unas que conducen a la persona a su realización personal, otras con las que aporta al bien común, junto con las que lo conducen a la realización y felicidad, que se derivan todas ellas de las virtudes, mientras que existen otras acciones que conducen a los fines contrarios reconocemos como pecados, inmoralidades o faltas.
El papa Juan Pablo II, antes de llegar al pontificado, escribió una obra llamada “Persona y Acción”, que versa precisamente sobre estos temas. En su obra denomina como acto humano aquel que es deliberado y por lo tanto sujeto al juicio ético, porque se lleva a cabo con intención y predeterminación y es el hombre el único ser visible que puede actuar de esa manera. El acto humano propiamente tal es el acto que por su esencia guarda relación directa con la libre voluntad. En ello se encuentra el dinamismo propio del hombre.
Las vivencias humanas o acciones humanas que estudia la ética son las voluntarias, esto es, las acciones libres y conscientes. Por ello se considera como conducta moral, únicamente aquella que es libre y por lo tanto sujeta al juicio de la ética.
Evidentemente, un elemento necesario en una acción libre (y, por tanto, moral) es ser consciente de ella, realizarla con conocimiento o conciencia. También es claro que lo normal es actuar de ese modo: a los actos inconscientes y a las conductas automáticas no se les considera propiamente actos humanos, ni se les atribuye ninguna calificación o responsabilidad morales.
Una de las funciones de la conciencia psicológica humana es acompañar todas las acciones relevantes, no de modo totalmente reflexivo lo cual solo puede hacerse después de actuar, sino con una reflexividad espontánea o concomitante en el mismo actuar. Esta conciencia de saber que se está haciendo algo y qué es ese algo que se está haciendo se suele llamar “advertencia” (es decir, advertir o notar lo que hacemos).
Finalmente hay que recordar que la libertad es una condición de los actos humanos entendida como la capacidad de la persona de autodirigirse, estos parten directamente de nosotros como los deseos, los sentimientos, los hábitos, juicios, entre otros; dando origen a actos exteriores como dirigirse a un lugar para una determinada finalidad, y otros interiores, por ejemplo, el querer algo o no.
Nuestras acciones con valor social, cívico, político o cultural se hallan enmarcadas, pues en el campo de la ética y nos remiten a un principio fundamental: hacer el bien y evitar el mal.
Pedro Miguel Funes Díaz