Ciertos análisis políticos pretenden ver las cosas solo desde el punto de vista de las fuerzas que confluyen en una determinada situación, es decir, pretenden que el análisis no tenga referencias propiamente morales en referencia a problemas políticos.
Sin embargo, llama la atención que cuando los actores políticos se dirigen a la opinión pública o al pueblo, o a una considerable cantidad de receptores de su mensaje, siempre hay referencias morales. Así por ejemplo, si hay un oponente, a ese oponente se busca achacarle ante la opinión de muchos como alguien de intenciones perversas y de comportamientos inadecuados, incluso escandalosos, independientemente de que sean o no ciertos. Los adversarios a su vez suelen usar calificaciones similares, o sea de orden moral para quien los ataca.
La cuestión entonces nos lleva a la pregunta de si realmente se puede separar la moral de la política. Aquí está claro que en las conciencias, en general, ambas cosas tienen una relación intrínseca.
Pareciera que, desde las aportaciones políticas de Maquiavelo, la moral y la política debían transitar por caminos separados e incluso distantes, sin embargo de facto no es así.
Es cierto que entre los políticos pueden encontrarse algunos que parecieran no tener conciencia moral, pero ese no es el ideal al que las sociedades aspiran. Este ideal se debe a que se percibe que no bastan las leyes positivas, es decir aquellas escritas en un código, para que un político sea bueno, sino que se requiere también que tenga convicciones personales que lo encaminen por el sendero del bien.
Naturalmente estamos hablando de un ideal, porque todos los seres humanos tienen limitaciones y, peor aún, pueden también tener vicios graves. Lo deseable sería que los políticos fueran virtuosos. La Iglesia Católica, en su compendio de doctrina social afirma:
“Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales. En esta perspectiva, una autoridad responsable significa también una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu de servicio (paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad); una autoridad ejercida por personas capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales.”