Primeros cristianos y subsidiariedad

Ciudad de México /

En 1873 un arzobispo griego descubrió en Constantinopla un códice que contenía diversos escritos antiguos. Entre ellos se encontraba uno, de autor desconocido, que se habría compuesto entre los años 70 y 90 después de Cristo, es decir, en el primer siglo de la era cristiana, como los textos del Nuevo Testamento. El escrito contenía la “Enseñanza de los apóstoles” o “Didajé” (palabra griega para “enseñanza”).

Se trata de una obra de tipo moral y disciplinar que buscaba presentar la enseñanza “del Señor de las naciones por medio de los doce apóstoles” y contiene indicaciones catequéticas y litúrgicas, en las que se descubre también un sentido social. En efecto, entre otras cosas, en este campo habla de las relaciones sociales, de los bienes económicos y del trabajo.

Atendiendo a las partes sociales, podría resumirse el contenido de la Didajé diciendo que exhorta a la hospitalidad, ordena el trato humano a los esclavos, fustiga la falta de conciencia de quien no ayuda al necesitado, condena la avaricia y la codicia, prohíbe que la propiedad se considere como algo exclusivo, encarece la comunicación de bienes, determina las condiciones de la limosna, prohíbe el ocio, prescribe el trabajo y manda dar parte de lo obtenido por dicho trabajo.

Naturalmente estas enseñanzas son coherentes con las del Nuevo Testamento, pero usa ciertas expresiones particulares que llaman la atención. Una de sus frases, “nada dirás que es tuyo propio” ha sido tomada por algunos como una oposición a la propiedad, pero el texto no ordena que no se tenga nada, sino que desde el punto de vista espiritual no hay que considerarse dueño absoluto de las cosas, pues el dominio supremo pertenece a Dios.

El tema de lo que nosotros llamamos subsidiariedad se puede descubrir en los consejos para ayudar a los viajeros, pues dice “Si el que llega es un caminante, ayudadle en cuanto podáis, sin embargo; no permanecerá entre vosotros más de dos días o si hubiere necesidad, tres. Mas si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Mas si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso”.

La ayuda que se prescribe es, pues, una ayuda que no debe provocar que la persona se quede estancada en simplemente recibir ayuda, sino que, en lo posible, pueda valerse por sí misma. Ciertamente, aunque el texto pertenece a una época lejana, sin duda es posible que sus luces puedan seguir ayudando a la reflexión actual para mejor ayudar a los necesitados.

Pedro Miguel Funes Díaz
  • Pedro Miguel Funes Díaz
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