Los principios éticos y sociales de la dignidad humana, del bien común, del destino universal de los bienes, de la subsidiaridad, de la participación y de la solidaridad se relacionan con los valores que expresan los aspectos de mayor relevancia que, a partir de los principios, se han de conseguir en las sociedades humanas. Los principios son un punto de partida y los valores se refieren a aquello que más se ha de apreciar del bien que se busca.
El bien común, que hemos mencionado, es principio en cuanto que es motivo presente en el inicio de la acción, pero en cuanto conjunto de condiciones para la perfección de las personas y las sociedades es también fin e implica muchos elementos. Así, el conjunto de condiciones que constituyen el bien común requiere ciertos bienes muy apreciables que se dan en la acción o en los frutos de la acción, de ahí que se llamen valores, y son la verdad, la libertad, la justicia y el amor.
Decía san Juan XXIII que la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Algunos piensan que no se debería hablar de la verdad porque cada quien tiene la suya, pero si bien es cierto que cada quien tiene su punto de vista, solamente la referencia a la verdad posibilita el diálogo y la convivencia, por más que nadie la posea de modo absoluto.
La libertad la ejercitan las personas en su convivencia social y es inseparable de la dignidad humana. Por ella somos responsables de nuestros actos y no significa arbitrariedad o caprichos, sino relaciones sociales referidas a la verdad y a la justicia, autodeterminación para el bien.
La justicia consiste en dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Es fruto del reconocimiento del otro como persona y constituye el determinante de la moralidad social. Suelen distinguirse justicia conmutativa y distributiva, así como legal y social.
Presuponiendo y trascendiendo la justicia se halla el amor o la caridad. A veces a este valor se le reduce al campo puramente subjetivo de la actuación en favor del otro, pero en realidad debe ser reconsiderado, pues en el fondo es el criterio más alto de toda la ética social. Se puede observar que hablar de amor, lógicamente más allá de su acepción erótica, nos sitúa en un ámbito común a todos los hombres para los que se desea el bien. Al hablar de caridad, los cristianos suponemos el amor humano, pero ante todo la participación en el amor sobrenatural.