Desde los primeros años de este siglo XXI, la guerra contra el narco se había desatado en Nuevo León. En ese lapso muchos representantes de la ley fueron víctimas del crimen organizado.
Monterrey, su área metropolitana y otros municipios más alejados parecían campos de batalla. La sociedad estaba aterrada por los crímenes que sucedían todos los días.
En los puentes aparecían cadáveres colgados. Las paredes de cualquier casa la utilizaban como paredón para sacrificar de cuatro a cinco personas al mismo tiempo.
La violencia estaba desatada, la gente tenía miedo de salir a la calle. Los jóvenes dejaron de asistir a fiestas. Como si hubiera toque de queda, todos trataban de refugiarse temprano.
La Policía se sentía incapaz de enfrentarse a los sicarios, quienes a cualquier hora y de manera temeraria, circulaban en potentes camionetas que habían robado con violencia.
Era una conflagración entre cárteles, que peleaban por las plazas. Tanto unos como otros querían ser los únicos para distribuir, vender y transportar la droga.
En esa cruenta y despiadada guerra, muchos inocentes murieron: mujeres, niños, ancianos y hasta estudiantes.
Los capos de la mafia con dinero y amenazas habían corrompido a jefes policiacos, patrulleros, autoridades y jueces.
También compraron la voluntad de taxistas, chavos y chavas que utilizaban como halcones y preparaban como sicarios.
En las colonias marginadas, las amas de casa y los desempleados también fueron requeridos. Les daban dinero para bloquear carreteras o cruceros para realizar sus fechorías.
Pero donde más se había anidado el crimen organizado fue en el sur del estado. Con brutal violencia se apoderaban de ranchos y fincas.
Los secuestros fueron constantes. Muchas personas aún pagando los rescates que exigían les mataron a sus familiares.
El municipio de Santiago era uno de los más afectados, pues se decía que la Policía municipal estaba coludida con los facinerosos.
Sin embargo, en el 2009, un joven muy popular y no maleado en la política de nombre Edelmiro, quien amaba a la tierra que lo vio nacer, quiso contender para alcalde.
Su mayor anhelo era que en su municipio volviera a reinar la paz, la tranquilidad y combatir la inseguridad que tanto daño había causado.
Edelmiro Cavazos Leal nació en Santiago, Nuevo León, el 11 de noviembre de 1971. Toda su familia era oriunda del bello municipio.
Su padre era agricultor y también se dedicaba al negocio de bienes y raíces. Fue su hermano, el diputado panista Arturo, quien lo indujo a la política.
Edelmiro se hizo panista y Arturo, quien había perdido en su intento por ser alcalde de Santiago, convenció a su hermano para que se postulara.
Aunque la idea no le desagradó, Edelmiro tuvo que aceptar que le faltaban tablas para tan importante puesto. Además de que le quitaría mucho tiempo para atender a su familia.
Edelmiro, a quien todos conocían como El güero Edy, estudió derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León, pero nunca ejerció por dedicarse a bienes y raíces.
Estaba casado con la señora Verónica de Jesús Valdés. Ambos habían procreado a tres hermosos niños: Edelmiro, Eugenio y Regina.
Edelmiro sopesó la propuesta, pero no lograba convencerse. Estaba consciente de la inseguridad que existía, de la corrupción policiaca y de la ola de secuestros.
Como era hombre de buena fe habló con su esposa de los pros y los contras. Pudo más la insistencia de su hermano Arturo y de amigos que también lo querían como alcalde.
Otras de las ventajas que Edelmiro tenía eran su gran carisma y su don de gentes. Todo el pueblo lo apreciaba. En febrero de 2009 apenas sí le dio tiempo de postularse cobijado por el PAN.
Para su fortuna, Edelmiro, a quien comenzaron a llamar Miro, fue bien recibido por su pueblo. Su sonrisa, ojos azules y su juventud pronto conquistaron a la comunidad.
En su campaña fue aún más apreciado por la gente. Todos confiaban en él. Sabían que era un hombre decente y honrado. Le pedían seguridad. Querían vivir en paz. Lo prometió.
Sin problemas y de manera muy limpia, Miro ganó las elecciones. El pueblo estaba feliz. Su esposa, hijitos y familia lo abrazaban y felicitaban.
Luego de abrazos, felicitaciones y vivas, el 31 de octubre de 2009 asumió el cargo de alcalde de Santiago. Lo esperaba una ardua y difícil tarea.
Bastaron pocos días en el cargo para que Edelmiro se diera cuenta que Santiago estaba contaminado por la delincuencia. La corrupción reinaba en todos lados.
Lo que le preocupó más fue el desgano de sus elementos policiacos. Todos, sin excepción, se mostraban cínicos e indolentes.
En dos semanas comprobó que sus policías estaban coludidos con los sicarios, que además de permitirles sus desmanes, los mismos uniformados levantaban a las víctimas y se las entregaban.
Edelmiro, que ya había destapado la cloaca, quiso poner orden. Su primera intención fue dar de baja a los elementos que consideraba más peligrosos.
Tuvo que recular, pues el jefe de sus policías le dijo que ni lo intentara, porque si lo hacía su vida y la de su familia estarían en riesgo.
Edelmiro tuvo miedo. Para no preocupar a su esposa, nada le dijo. Sin embargo, de todos los elementos hubo quizá cinco que se sinceraron con él y le juraron lealtad.
Confió en ellos; a dos los ocupó como escoltas y otro para cuidar su casa.
Preocupado y sin saber qué hacer, Edelmiro fue a San Pedro para hablar y pedirle un consejo a su homólogo Mauricio Fernández. Le contó todo.
Quería que lo ayudara a conseguir un comando rudo, como el que él presumía tener. Mauricio lo escuchó.
continuará...