Ser diputado no le bastó, se volvió asaltabancos (I)

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Monterrey /

Andrés Montemayor Hernández, orgullosamente había sido diputado federal del PRI. Fue representante del VII distrito electoral de Nuevo León durante el gobierno de Alfonso Martínez Domínguez.

En sus tiempos de legislador no solo gozó del fuero, sino también de las muchas amistades y privilegios que se tienen cuando se es un político importante.

Tenía una bonita familia. Adoraba a su esposa Magda y a sus dos hijos, Mara y Jesui. También se llevaba muy bien con sus suegros. Se sentía un triunfador.

Cuando terminó su periodo en el Congreso se dedicó al comercio de las artes gráficas. Y aunque conocía el negocio, no fue tan productivo como se imaginaba.

Las ganancias eran pocas y los gastos eran muchos. Cometió el error de querer continuar con la vida un tanto disipada que llevaba cuando era político.

Siguió frecuentando a sus ex colegas, disfrutando excelsas comidas y vinos finos en prestigiados restaurantes. Solo que ahora ya no lo invitaban. Él tenía que pagar.

Montemayor pensaba que esos exagerados gastos eran inversiones. Creía que alguno de esos políticos que invitaba, le conseguirían otra vez un buen puesto en el gobierno.

Le urgía volver a ganar más dinero. Los gastos de la casa, la renta de su oficina, de su negocio y de los pocos empleados que tenía devoraban sus finanzas.

Al principio trató de que su familia no sufriera ninguna privación ni tampoco que supiera que no le estaba yendo muy bien en su negocio de artes gráficas.

Para ocultar su ya denotada derrota pedía prestado y con el dinero obtenido continuaba aparentando ante su familia y conocidos ser lo que ya no era.

En poco tiempo se dio cuenta que le debía a muchos. Como no tenía para pagarles se escondía de ellos y buscaba a otras “víctimas”. Sus cobradores lo acosaban.

Llegó el momento en que nadie le quiso prestar, ni siquiera los que en algún tiempo fueron buenos amigos. Vendió sus relojes, empeñó anillos, cadenas y plumas.

Para septiembre de 1982, aunque seguía con su negocio, las deudas lo seguían atormentando. Llegó el momento que la necesidad entró a su casa.

No había para pagar los recibos, las mensualidades de los colegios, incluso para la comida. Fue hasta entonces que avergonzado se refugió en su esposa.

Casi llorando le confesó su derrota. Le dijo que su negocio no levantaba, que debía mucho dinero, pero que no se desesperara, que confiara en él. Su esposa lo abrazó.

Le ofreció todo su apoyo. Andrés le dijo que sus amigos políticos le había prometido ayudarlo. Que estaba seguro que en pocos días todo volvería a ser como antes.

Andrés y su esposa se abrazaron. Ella le dijo que le pediría dinero prestado a su papá, para pagar las colegiaturas y los gastos de la casa.

Andrés, que seguía siendo un soñador y que esperaba que el dinero le cayera del cielo, convenció a su esposa de hipotecar su casa.

Le dijo que con ese dinero podría inyectarle al negocio para que fuera más redituable y le prometió que en pocos meses la abundancia volvería a ellos. Magda le creyó.

Pero al ver grandes cantidades de dinero en sus manos, Andrés volvió a invitar a sus amigos políticos con la intención de que le consiguieran trabajo. Nadie lo ayudó.

Lo peor fue que a sus antiguos deudores, a quienes les firmó letras de pago, lo acusaron de fraude. El dinero de la hipoteca se acabó en menos tiempo del que imaginó.

Andrés Montemayor estaba desesperado. En silenció lloraba... Estaba hundido. Volvió a refugiarse con su abnegada y amorosa esposa.

“¡Todo me sale mal!”. Le dijo que lo peor era que su barco se estaba hundiendo y en él iban ella y sus hijos. Le prometió que saldría adelante. Le volvió a pedir perdón

Sollozando y abrazando a su esposa le habló como si se estuviera confesando: “Todo lo he gastado y despilfarrado; el dinero que me dieron en el Congreso...

“El préstamo que me hizo tu padre. Vendí tus joyas, el anillo de compromiso, los centenarios de oro que tenías guardados... Y hasta la casa la he hipotecado”.

Magda que verdaderamente lo amaba, le dijo que tuviera fe, que Dios los iba a ayudar. Andrés la abrazó y luego de elogiar su bondad y comprensión le dijo: “Ten fe en mí”.

Y aunque no era un delincuente consumado, a veces se comportaba como tal. En esa ocasión, luego de salir de su casa, comenzó a fraguar un malévolo plan.

Sin pérdida de tiempo fue a buscar a un joven, de nombre Francisco Javier Flores Arredondo, a quien había conocido meses antes cuando le mandó a hacer un trabajo a su imprenta. Se volvieron buenos amigos.

Luego de saludarse afectuosamente, Montemayor le dijo que tenía una urgencia, que habían cerrado los bancos y que necesitaba cambiar dos cheques, que si él podría ayudarlo.

Montemayor le dijo que eran 100 mil pesos. El joven Flores que lo había conocido como diputado, le dijo que él no tenía, pero que su hermana se lo cambiaría. Y así lo hizo.

Montemayor se fue con los 100 mil pesos, gastó algo en un bar y lo demás lo llevó a su casa. Pero dos días después, el joven Flores fue a buscarlo y le dijo que sus cheques no tenían fondos.

El ex diputado se disculpó y le dijo que eso era mentira, que iría al banco. Montemayor se desapareció, pero como Flores sabía dónde estaba su oficina fue a buscarlo.

En esa ocasión discutieron. Montemayor le prometió que le devolvería su dinero, pero que lo esperara. El joven Flores lo amenazó con acusarlo ente la Policía.

Luego de mucho discutir, Montemayor le dijo que solo había una forma de que pudiera devolverle los 100 mil pesos.

Flores palideció cuando escuchó que Montemayor le dijo que lo ayudara a asaltar un banco. Sería un golpe perfecto porque todo lo tenía bien planeado.

Continuará...

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