Bien se podría decir que el ex diputado Andrés Montemayor cayó de la gloria al infierno, precisamente cuando concluyó su periodo como legislador en septiembre de 1982.
Como político había sido un hombre admirado, exitoso y hasta feliz, pero cuando se le acabó el fuero, el poder, las alabanzas y el dinero, su vida se volvió un infierno.
Tanta era su desesperación por conseguir dinero que no solo planeó asaltar un banco, sino que quiso obligar al joven que defraudó con 100 mil pesos a ser su cómplice en el atraco.
Cuando Flores Arredondo escuchó la proposición, enojado, le dijo que estaba loco. Montemayor le gritó que era la única forma que tenía para poderle pagar.
Montemayor tenía meses planeando el robo. Incluso en su oficina llevaba una especie de diario donde le escribía a su esposa cómo planeaba atracar el banco y lo que sucedía en sus frustrados intentos.
Fueron varias cartas las que escribió a su esposa, pero la del 23 de diciembre fue la más patética. Las guardó en su escritorio.
Esa noche fue la decisiva... Por fin había convencido a Flores de que fuera su cómplice.
La primeras horas del 24 de diciembre, Montemayor, pistola en mano atracó a un taxista y lo despojó de su auto, un Impala blanco.
Después acudió por el joven Flores y comenzaron a planear el atraco. Montemayor, para despistar, había alquilado una camioneta Gremlin color café. La utilizarían después del robo.
Cuando el reloj marcaba las 9:50 del 24 de diciembre de 1982, Montemayor estacionó el Impala cerca de la puerta del Banco Probanca del Norte, ubicado en Revolución, en Contry.
Segundos después Montemayor, que portaba lentes oscuros, entró al banco y amenazó con su pistola a clientes y empleados. Les dijo: “Éste es un asalto, todos al suelo”...
Acto seguido entró Flores, con pasamontañas y también con una escuadra en la mano. Montemayor ordenó a la cajera que le entregara todo el dinero...
La cajera los llevó hasta la bóveda y les entregó 650 mil pesos y tres mil 700 dólares. Montemayor y su cómplice con el botín escaparon en el Impala.
No se percataron que afuera del banco estaba un agente judicial en su coche, quien había observado todo y seguía sus movimientos.
Los asaltantes huyeron por Sendero sur hasta el cruce de Azahares con Naranjo. Ahí se bajaron del Impala y abordaron el Gremlin.
El judicial, de nombre Miguel García Rocha, al mismo tiempo que los seguía, avisó a la Policía. Entonces Montemayor se dio cuenta y pudo perdérsele a su perseguidor.
Nervioso, Montemayor detuvo la Gremlin en Hidalgo y extrañamente le entregó a su cómplice el maletín con la mayor parte del dinero robado.
Le dijo que se desapareciera unos días. Que le pagara los 100 mil pesos a su hermana y que le entregara la mitad de todo el dinero a su esposa.
Flores obedeció y con el botín corrió. En la avenida Venustiano Carranza tomó un taxi y se perdió entre las calles de la ciudad.
Por su parte, Montemayor estacionó la Gremlin cerca de su oficina, ubicada en Constitución y Baudelaire. Corriendo subió hasta el tercer piso. Se encerró en su oficina.
Para esos momentos el judicial y otros elementos policiacos había encontrado de nueva cuenta la Gremlin.
Un vecino del edificio que había visto la abrupta llegada del ex diputado les dio todos los datos a los judiciales. Armados fueron hasta su oficina. Montemayor se atrincheró.
Rodearon todo el lugar y con altavoz le pidieron que se entregara. Montemayor, desesperado, caminaba de un lado a otro.
Durante tres horas tuvo a la Policía en vilo. Cuando el comandante Fructuoso Obregón iba a dar la orden de forzar la puerta, se escuchó una detonación. Rápidamente destrabaron la puerta.
Los judiciales miraron que cerca del escritorio estaba el cuerpo ensangrentado del “asaltabancos”. Se había suicidado de un balazo en la cabeza.
En el piso estaba la pistola calibre 22 y solo 80 mil pesos. Al revisar el escritorio, el comandante Obregón se sorprendió al saber que el asaltabancos era el ex diputado Andrés Montemayor.
Lo que más le llamó la atención fue ver sobre el escritorio varias cartas dirigidas a su esposa. Le narraba las ocasiones que había tratado de asaltar un banco, pero siempre sucedía algo y su plan se frustraba.
Fueron más de cinco cartas las que le escribió a su esposa y aunque ella nunca las leyó, eran conmovedoras. Reflejaban todo su dolor y desesperación.
La última carta, la que escribió minutos antes de quitarse la vida, decía: “Mi Magda, fracasé, perdóname. Lo hice por la desesperación del dinero. Estoy rodeado por la Policía. Cuida a los niños y tú, mi Magda, construye tu nueva vida. Hay en mi buró cinco boletas de empeño del Monte de Piedad. Perdónenme, los quise mucho. Andrés”.
También le escribió una breve carta a Martínez Domínguez: “Señor gobernador, perdóneme, mi orgullo y mi situación económica me impidieron ir a solicitarle trabajo”.
Cuando le preguntaron al gobernador sobre el ex diputado, respondió: “Él ya está en el cielo, ya déjenlo en paz”
En las cartas que Montemayor escribió estaba toda su historia y también su ensangrentado final.
Respecto a su cómplice Francisco Javier Flores, pocos días después fue capturado. En su declaración dijo que Montemayor le debía 100 mil pesos y que lo obligó a participar en el robo bancario.
Era la condición para pagarle. Explicó lo que hizo con el dinero robado. Devolvió lo poco que le quedaba. Su estancia en la cárcel lo privó de ver nacer a su hijito. Estaba arrepentido.
Está demostrado que el dinero fácil, que conlleva a un tren de vida caro, no es para cualquiera.
El caso de Andrés Montemayor conmovió a una ciudad
donde su gente está acostumbrada a trabajar duro para ganarse el dinero. Tal vez por eso pronto se olvidaron de su patético final.