Tenía escasos tres meses de trabajar como obrera en una fábrica de textiles, pero por su sencillez y disponibilidad para realizar su trabajo, Yolanda Gómez pronto se ganó el afecto de sus compañeros y hasta de la jefa del departamento.
Siempre se le veía con una sonrisa en los labios cuando saludaba a todos y por eso cuando cumplió 22 años, le hicieron una fiesta sorpresa en la casa de una compañera.
Yolanda vivía en la colonia Santa Martha, en Escobedo, y era la tercera de cinco hermanos. Su padre era albañil y su madre ayudaba a los gastos trabajando en el aseo de casas.
Y precisamente en esa fiesta conoció a Andrés. Le llamó la atención porque fue el único joven que mejor vestía, el más serio y él que no la sacó a bailar. Solo la miraba.
Yolanda se interesó en él. Con su denotada simpatía se le acercó: “¿Por qué tan serio? Como no quiero que se aburra he venido a bailar con usted”. Andrés se sintió el más afortunado.
Esa noche, Yolanda ya no bailó con nadie más. Cupido los flechó. Al final de la fiesta, Andrés la llevó a su casa en su coche y le pidió que fuera su novia. Ella aceptó y le correspondió con un beso.
Seis meses después, Andrés le propuso matrimonio. Le dijo que ya tenía una casita que había adquirido, que estaba algo amueblada y que solo faltaba ella. Sin más preámbulos aceptó a irse a vivir con él, sin casarse.
Los padres de Yolanda, quienes ya sabían que Andrés era honrado y trabajador, no se opusieron a la relación.
Aunque no estaban casados la llevó de luna de miel a Tampico. Le compró todo lo que le pedía. Ella se embellecía para él. Los primeros meses fueron de intensa felicidad.
Pero había noches que Andrés no llegaba a casa por trabajar tiempo extra. Yolanda se aburría, se pasaba el tiempo viendo televisión, en el Facebook o platicando con sus amigas en el WhatsApp.
Ocho meses después sospechó que estaba embarazada. No dijo nada. Había quedado con sus amigas de salir a divertirse. Aprovechó que Andrés trabajaría tiempo extra.
Una amiga llegó por ella en un taxi con dos amigos. Se fueron a un antro a bailar y a tomar la copa. Yolanda se olvidó que tenía pareja y hasta de su posible embarazo. Se divirtió como soltera.
Ya en la madrugada, la amiga y su pareja se quedaron en el antro y el taxista llevó a Yolanda a su casa. Ya iba algo tomada.
Al llegar, se estacionaron y el taxista comenzó a besarla; ella le correspondió y cuando menos lo esperaban se apareció Andrés, quien enfurecido abrió la portezuela y jaloneó a Yolanda, pero el taxista sacó un tubo y con furia le pegó en la cabeza.
Bastaron tres golpes para que Andrés cayera ensangrentado y sin sentido. El taxista huyó. Yolanda empezó a gritar. Los vecinos salieron. Dijo que lo habían asaltado.
La ambulancia lo recogió agónico. Estuvo en terapia intensiva durante ocho días, pero no logró evadir a la muerte.
Nadie se enteró que Yolanda había sido la causante de la muerte de su pareja.
Luego de los funerales comprobó que sí estaba embarazada. Lloró por saberse desamparada, pues ni siquiera la casa le pertenecía. Sin embargo, decidió vivir ahí hasta que los padres de Andrés la echaran.
Por suerte pudo ser recontratada en la fábrica donde trabajaba. Cuando nació su hijo todo se le complicó, sus padres no podían ayudarla y vivió en la desesperación.
Cuando terminó su incapacidad más se angustió, pero casualmente se encontró con un ex novio que recién había salido del reclusorio por robo y venta de droga.
Ella iba con su hijito en brazos. Platicaron en un parque. Él le hacía cariñitos al niño. Ella le contó sobre su problema. Él con cierto cinismo le hizo una proposición:
“Si quieres yo te cuido a tu hijo, pero me dejas vivir contigo, pues mis tíos me echaron de su casa y no puedo encontrar chamba por mis antecedentes”.
Yolanda sin pensarlo mucho aceptó y se llevó a vivir a Pedro a su hogar. Todo era como amigos.
En las mañanas, Yolanda le dejaba las mamilas preparadas y le indicaba lo que tenía que hacer para el cuidado de su hijo Andresito.
En calma transcurrió un mes, pero la cercanía, las pláticas y como a veces se tomaban algunas cervezas que Yolanda le invitaba, les renació el deseo y se volvieron pareja.
Pero Yolanda no se dio cuenta que Pedro había vuelto a las andadas y que mientras ella trabajaba, él se drogaba o encerraba al niño y se salía con sus amigos.
Andresito, ya de ocho meses, estaba muy desatendido, pese a que Yolanda cuando regresaba de trabajar con mucho amor lo cuidaba, mimaba y alimentaba.
Pero una tarde el pequeñito no dejaba de llorar. Pedro que desde muy temprano se había drogado no soportaba los llantos del niño. Fue tal su enojo que lo golpeó con el puño cerrado y como lloraba más, le puso una almohada en su carita y lo calló.
Cuando Yolanda regresó encontró a Pedro dormido en la sala. Y a su hijo en su cunita con la almohada en su cara.
Desesperada cargó a su hijo y lo llevó a una clínica. Estaba muerto. Los médicos llamaron a la Policía, pues había huellas de maltrato.
Yolanda acusó a Pedro de ser el responsable. Pedro para librase la culpó a ella. A los dos los detuvieron como responsables de la muerte del niño.
A Yolanda se le veía triste en la cárcel y siempre con los ojos llorosos.
Pese a que ella no había matado ni a Andrés ni a su hijito, bien sabía que por su mal comportamiento había provocado que sus dos amantes asesinaran a los dos hombres más importantes de su vida: su gran amor y el hijito de ambos.
Un año después Yolanda obtuvo su libertad, pues se comprobó que Pedro era el único asesino.
Ella se refugió en una iglesia evangélica, como queriendo redimirse en busca del perdón de Dios.
Yolanda intenta ser otra, y aunque pudo evadir la cárcel siempre vivirá presa de su sangriento y oscuro pasado.