México tiene una presidenta, el puesto más alto al que muchas pueden anhelar. También hay una mujer fiscal y otra en la Secretaría de Gobernación. Pero no, no hemos llegado todas.
Una de cada cuatro mexicanas entre 15 y 24 años no estudia, no trabaja, ni se capacita, según el estudio Trabajo Decente en México 2005-2025 del Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección del Ipade. Esto se traduce en 23.8 por ciento de ese grupo poblacional versus 9.4 por ciento en el mismo grupo de los hombres.
Estos datos parecen contrarios al de las mujeres ocupadas, y es cierto, las mexicanas nos insertamos en el mercado laboral pero más de la mitad está en empleos informales y, por tanto, precarios.
Lo que debe ocuparnos (ya hemos estado preocupados por décadas) es que esas jóvenes que no estudian, trabajan o se capacitan son capital humano y promesa de talento, creatividad y productividad, y están en riesgo. Un entorno de violencia, ingresos inestables y carencia de seguridad social no es una amenaza solo para las mujeres, es para México y el mundo.
La desigualdad no se percibe solo en el grupo más vulnerables, jóvenes sin estudios o trabajo, la brecha existe también para profesionistas con altos grados de estudios y privilegio: por cada mujer en los consejos de administración de las empresas en México hay cinco hombres, según Mujeres en las Empresas, del Imco, y Kiik. Si bien la participación ha incrementado (un punto porcentual) no se alcanzará paridad en los consejos de administración hasta 2043.
Hoy, 13 por ciento de las empresas no tiene mujeres consejeras o en direcciones generales, financieras o jurídicas. Este dato también ha mejorado, pues en 2024 eran dos de cada 10, muestran Imco y Kiik. No obstante, el avance es demasiado lento y más cuando hay suficiente evidencia de que los mercados premian un liderazgo diverso.
Por todos estos datos hay que seguir incomodando sobre las brechas de género que limitan el potencial, ralentizan el crecimiento económico y hacen casi imposible el progreso social.
Nuestro país y el mundo requieren un desarrollo sostenible con sociedades saludables, prósperas y estables; un objetivo imposible sin inclusión, equidad, un sistema nacional de cuidados, corresponsabilidad y otros pendientes que perpetúan las desigualdades. Esta conversación, lectura y data es para muchos cansada. Qué lástima que eliminar disparidades salariales y de liderazgo, que resultan en potencial desaprovechado y un enorme costo económico para todos, genere tedio.
En lo personal, seguiré siendo incómoda o incomodando porque dejar atrás a tantos, entre ellos a las mujeres que representan 50 por ciento de la población, es un peligro para todos los seres humanos y el planeta. Espero que un día el llamado lleve a la acción.